Resistências à mudança: fatôres que impedem ou dificultam o desenvolvimento
In: Publicaçaõ / Centro Latino-Americano de Pesquisas em Ciências Sociais no. 10
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In: Publicaçaõ / Centro Latino-Americano de Pesquisas em Ciências Sociais no. 10
Historia de la evolución de la famosa escuela de ciencias políticas y económicas, London School of Economics and Political Sciencie, centrándonos en las actividades puramente académicas desde su nacimiento, y en las labores llevadas a cabo por los sucesivos directores: W. A. Hewins, Halford J. Mackinder, W. Pember Reeves, Sir William Beveridge y A. M. Carr-Saunders. ; Ministerio Educación CIDE ; Biblioteca de Educación del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte; Calle San Agustín, 5 - 3 Planta; 28014 Madrid; Tel. +34917748000; biblioteca@mecd.es ; ESP
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Historia de la evolución de la famosa escuela de ciencias políticas y económicas, London School of Economics and Political Sciencie, centrándonos en las actividades puramente académicas desde su nacimiento, y en las labores llevadas a cabo por los sucesivos directores: W. A. Hewins, Halford J. Mackinder, W. Pember Reeves, Sir William Beveridge y A. M. Carr-Saunders. ; Ministerio Educación CIDE ; Biblioteca de Educación del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte; Calle San Agustín, 5 - 3 Planta; 28014 Madrid; Tel. +34917748000; biblioteca@mecd.es ; ESP
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In: Publicaciones de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público
In: United Nations. Document A/AC. 102/5
" Cuando tu mirada penetra largo tiempo en el fondo del abismo, el abismo también penetra en ti" . Nietzsche 1 Desde el descubrimiento de América, la tierra nueva ha ejercido una grande influencia sobre la mentalidad europea. La Utopía, uno de los símbolos, con el derecho natural, de la civilización occidental cristiana, supone un escape, una fuga ascensional al deber ser cuando el espíritu construido con definidas apetencias no encuentra en el medio ambiente la satisfacción de ellas. Tomás Moro, Campanella, Swift fueron constructores de Utopías cuando se descubría un nuevo mundo y en él, por nuevo y desconocido, objeto de toda posibilidad, edificaron una acción ideal que 110 era más que un deseo vehemente de perfecta estructura social, frente a la pobre realidad política europea de su tiempo. Pero 110 es sólo en el terreno de la elaboración política en donde América se ha prestado con su novedad del " todo por hacer" como la conocían los europeos, para marco de elaboración cultural. Fue campo soñado para la elaboración de la novela. El escenario europeo estaba excesivamente manoseado y era necesario encontrar a los protagonistas fingidos de la comedia humana un nuevo escenario. Esto pretende Bernardin de Saint-Pierre, discípulo de Rousseau y como él decidido partidario de la teórica vuelta al " estado de naturaleza" y uno de los primeros en ubicar en el continente americano un idilio de viejo estilo. Así dice en el preámbulo de su novela Pablo y Virginia: "Me he propuesto grandes designios en esta obrita. He tratado de pintar un suelo y una vegetación diferentes de los de Europa. Por demasiado tiempo nan hecho nuestros poetas descansar a sus amantes a la margen de los arrovos y bajo la tupida hiedra. Y o he querido sentarlos a la ribera del mar, al pie de las rocas, a la sombra ele los cocoteros, de los bananos y de los limoneros en flor. No faltan en la otra parte del mundo más que Teócritos y Virgilios para que tendamos cuadros, por lo menos tan interesantes como los de nuestro país"
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In: Jornadas 37
I. Introducción. Bosquejar, siquiera sea brevemente, no ya un mero acontecimiento histórico sino todo un proceso, supone una visión del conjunto que sólo se logra mediante la lenta y gradual decantación de ideas, el examen minucioso de fuentes y bibliografía, la revisión constante de las propias convicciones y, lo que es más importante, la plena identificación con el problema sometido a nuestra curiosidad. Vano intento sería tratar de descifrar la trascendencia de una cpoca, o la significación de un hecho tan sólo, sin procurar fundirnos —por la intuición o por la razón— con lo entrañable que encierran. Por otra parte, carentes de la erudición y la paciencia que exige el buen logro de toda investigación, puede servir de excusa a la ausencia del inevitable aparato científico en el presente trabajo la circunstancia de que nuestro entusiasmo nos empujara a emprenderlo. Y no se nos oculta que pueda parecer ingenuo el procurar una interpretación —privativa de especialistas— con el solo auxilio de un criterio poco objetivo. Pero esta consideración no detiene nuestro primer impulso, porque juzgamos que no nos está vedado penetrar un poco a saco en los terrenos de la investigación cuando no pretendemos otra cosa que la exaltación de ciertos valores, prescindiendo de un determinismo fatal que quisiera aclarar de golpe y de una manera uniforme todas las circunstancias que puedan presentarse dentro del tema propuesto. Reconocemos su complejidad y, por ello mismo, dejamos de lado toda concepción unilateral y simplista. No queremos en modo alguno prejuzgar los hechos y las teorías del mundo antiguo, pero tampoco podemos evitar las analogías que podrían ocurrírsenos con respecto al mundo moderno. Hemos escogido un momento culminante en la historia del pueblo griego, porque es precisamente en él cuando más vigorosamente se relievan primitivos valores al contrastar con otros nuevos que, paradójicamente, significan el instrumento demoledor de la civilización que los engendró y auspician una nueva, antagónica de la primera por su universalidad, pero en el fondo idéntica por el substrato cultural: tal nos parece el sentido del Helenismo. Y al hablar de crisis de valores de la ciudad-Estado, queremos referirnos concretamente a la desaparición paulatina de la suprema objetividad —la primitiva forma del Estado— y el auge creciente del individualismo. Con ello podemos darnos cuenta de la magnífica floración griega que presenciara el siglo iv a. Ch. El hombre helenico se descubre a sí mismo primeramente —como observa el profesor español Montero Díaz— a través de su fe religiosa x, que le aporta "la convicción íntima en la pervivencia del yo, la inmortalidad del alma, la responsabilidad de las acciones" 2. Si comprendemos la significación de la polis como fin último para los friegos de la época clásica, nos será fácilmente accesible el sentido e estas palabras. Es lo que el mismo Montero Díaz denomina el ideal transpersonalista del Estado, y Hegcl Espíritu objetivo; en otros términos, la omnipotencia del Estado frente al individuo que no tiene conciencia de si mismo. En palabras textuales de Hegel, "el sujeto no tiene aún la libre idealidad del pensamiento, la infinita subjetividad; ésta implica la determinación de la conciencia moral, que todavía no tiene puesto aquí. No existe aquí todavía lo que justifica por sí al hombre; no ha tenido lugar la ruptura por la cual la individualidad autónoma, independiente, trata de determinar por medio del pensamiento lo ético y lo justo, y no reconoce lo que no se justifica ante su propio examen. La voluntad particular todavía no es libre, precisamente por esto; la particularidad de la opinión no puede todavía prevalecer y las pasiones no se inmiscuyen en la marcha del Estado'' s. Sin embargo, todos estos elementos negativos que, durante tres siglos, han contribuido a la grandeza de la polis, desaparecerán sin dejar rastro al advenimiento de una nueva conciencia política que se anuncia con la primera liberación —la religiosa— y cuya formación se debe exclusivamente al movimiento sofístico del siglo v y a la libertad moral preconizada por Sócrates. No es otra cosa el proceso de lo que se ha llamado "crisis de la ciudad-Estado", aunque el rastreo de este proceso a través de la historia de Grecia no sea tan sencillo como su definición. Tropezamos primeramente con el problema insoluble de localizar exactamente los gérmenes de la decadencia, y seguir, paso a paso, la génesis de los nuevos valores, aunque las más de las veces éstos se identifican con aquéllos. Porque lo que para una sociedad más amplia pudo servir de base, para la restringida ciudad-Estado significó la ruina. Queremos decir con esto que el individualismo político, la nueva conciencia, no se amoldaba a la configuración de la polis. Pero cuando uno de estos valores no contribuye a precipitar la decadencia, surge con mayor fuerza la dificultad que anotábamos. Porque ambos fenómenos (creación de valores, ruina de los antiguos) no se suceden en el tiempo, sino que existen paralelos uno al otro e insensiblemente van acercándose al vértice fatal de su trayectoria: el derrumbamiento de una civilización *. Es entonces cuando la crítica puede desentrañar la trascendencia de todos los hechos que precedieron a la crisis, dando a cada uno un valor aproximativo. De la exactitud que se logre en esta valoración depende el rigor científico de la investigación. II. La Sofítica. 1. El racionalismo.-— 2. La religión.— 3. Ley de la naturaleza y ley del Estado. — 4. "La fuerza es la ley suprema" (Tesis de Calicles).— 5. Cosmopolitismo y plebeyismo. — 6. Conclusión. 1. Desde un punto de vista rigurosamente histórico resultaría muy aventurado enjuiciar negativamente la labor política de los sofistas. Si bien es cierto que muy pocas cosas valederas encontramos en su doctrina, ellos representan el punto de partida para una revaloración del hombre 26. Si éste no es precisamente Ja medida de todas las cosas, la crítica que envuelve tal aseveración —a manera de un reto lanzado a los dioses— nos revela claramente la actitud de estos "maestros de la sabiduría" frente a las cosas y a sí mismos. 2. "En la época clásica —dice Festugiére—, el hecho religioso aparece primero como un hecho social y propiamente como un hecho cívico. Religión y ciudad se hallan inseparablemente ligadas. Ambas están en el fundamento mismo de la ciudad. Genos, fratría, tribu, se definen esencialmente por cultos comunes: antepasados comunes, héroes epónimos, Zeus y Apolo Patróos" 34. Si consideramos el profundo descrédito en que la religión y los dioses habían caído en el siglo iv, y nos remontamos al siglo anterior (podríamos aún ir más lejos) para buscar las causas de este fenómeno, fácil nos será comprender el papel que desempeñara el sofista en el desconocimiento de los valores suprasensibles por esta sociedad decadente. 3. Si concebimos un Estado de Derecho íntegramente basado en principios convencionales (a los cuales dieran forma Clístenes y Solón en la ley objetiva), sin la posibilidad de que admita la flexibilidad tan necesaria a las exigencias de nuevas condiciones sociales, tendremos el bosquejo aproximado de lo que constituía los cimientos inmutables de la polis. Isócrates advierte que la constitución es el alma de un Estado, y que los atenienses fueron incapaces de conservar su hegemonía sobre Grecia debido a la carencia de una constitución apta. "Pues el alma de la ciudad no es otra que la constitución (politeia), que tiene el mismo poder que el pensamiento en el cuerpo: él es el que delibera sobre todo, el que procura los éxitos y ayuda a evitar las desgracias; es ella la que debe servir de modelo a las leyes, a los oradores y a los simples particulares, y necesariamente se logran diversos resultados según la constitución que se posea" (Areop., 14). III. Sócrates: hacia la búsqueda de la conciencia moral . 1. Sócrates como culminación de la sofística. — 2. La continuidad de los primitivos valores en Sócrates. — 3. La aparición de la conciencia moral y la plenitud de la libertad subjetiva. 1. Se ha dicho, y no sin fundamento, que la filosofía posterior a la sofística presupone su existencia. Toda la filosofía del siglo iv, efectivamente, admite un tema constante: la refutación del sofista, no como un mero pasatiempo dialéctico sino con el rigor de la argumentación más elevada . IV. ¡Sócrates y Demóstenes — Crisis de la ciudad-estado. 1. El individualismo. — 2. La tesis de Calicles y sus implicaciones históricas. — 3. Dos actitudes: Isócrates y Demóstenes. 1. La lucha tradicional de Atenas y Esparta por la hegemonía había tocado a su fin en el 404, y una nueva y profunda transformación se dejaba presentir. Glotz-Cohen nos describen la situación en los siguientes términos: "Espectáculo siempre efímero aquel de un feliz equilibrio entre el poder del Estado y los derechos del individuo.
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L a aventura y la codicia son dos grandes motores de las acciones humanas. Para ambas se necesitan temple y condiciones especiales que, una vez reunidas, lanzan con fuerza insospechada a los hombres en pos de una quimera, de la fama o de la fortuna. El título de nuestro trabajo reúne dos símbolos de lo que de más fantástico pudiera pensarse en el inquieto vivir del siglo xvi relacionado con ambas directrices. Por un lado una estéril e inhóspita isla rodeada, paradoja feliz, de fabulosos placeres perlíferos que constituían todavía en 1528, fecha en que se van a desarrollar los hechos, una cantera prodigiosa y fecunda de perlas del mejor oriente. Junto a ellas, como atraídos por acuciante imán, veremos aparecer unos piratas, o comerciantes metidos a piratas por el destino —sólo un atento estudio de ambas profesiones en esta época puede aclarar y justificar la ambivalencia de sus actividades— que, como en las anécdotas con moraleja, resultan defraudados en su intento pirático al ser engañados y prendidos por sus presuntas víctimas 1. Para empezar esta historia hay que trasladarse mentalmente al puerto de La Rochela en la primavera del año 28 y trabar conocimiento con algunos de sus activos moradores. En tan industriosa ciudad, centro mercantil y ruta marítima, desarrollaban sus actividades dos mercaderes llamados Fierre Girarte y Andrés Morisor. Estos dos rocheleses eran propietarios de buques y tenían una nao gruesa llamada Santa Ana, vehículo de las andanzas de nuestro relato. Desde hacía doce años vivía allí y trabajaba con ellos un comerciante de Dieppe, llamado Jacques Feer, al que tenían en gran estima y consideración. Otro personaje que nos importa conocer, amigo de éste y de los armadores, era un pescador de la travesía del Mar del Norte nombrado Simón Aselo, oriundo de Bretaña, muy ducho en el arte de navegar y hombre sencillo. Había llegado también a La Rochela, en donde se casó y dedicó al comercio, un Charles Digues, el cual estaba relacionado, a su vez, con los antedichos armadores, i , por fin, de Estella había arribado hacía dos años un revoltoso navarro que respondía al apelativo de Juan de Yúcar. Este mozo tuvo que abandonar su tierra natal por miedo a los parientes de una doncella con la que había tenido amores. Vivió algún tiempo en Vizcaya y se lanzó al mar para comerciar, manejando ainero propio y de su madre, pero habiendo perdido las mercancías recaló en La Rochela, donde se encontraba ahora establecido.
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