Encuesta sobre Nueva Historia Intelectual
Intervienen
Carlos Altamirano / Paula Bruno / Peter Burke / Mariana Canavese / Gabriel Cid / Horacio Crespo / Francois Dosse / Alexander Gallus / Juan Guillermo Gómez García / Aimer Granados / Martin Jay / Andrés Kozel / Gilberto Loaiza Cano / Carlos Marichal / Maria Elisa Noronha de Sá / Alexandra Pita González / Christophe Prochasson / Horacio Tarcus / Enzo Traverso
desde
Alemania / Argentina / Brasil / Colombia / Chile / Estados Unidos / Francia / Gran Bretaña / México
Cuestionario
¿Qué entiende por historia intelectual y qué es lo que considera que distingue esa práctica de otras aproximaciones, como la historia de las ideas, la historia de los intelectuales, la historia social de la cultura, etc.?
¿En qué medida el marxismo, o algunas de las escuelas o las formas de entender el marxismo, ha nutrido la formación de la historia intelectual, o bien el marxismo in toto ha quedado inscripto en la tradicional historia de las ideas?
¿En qué medida encuadró sus investigaciones en la historia intelectual y cuáles fueron sus principales obras de referencia en el área?
Bitácora del Año segundo de la Peste Cuando por primera vez asistimos a la declaración de una pandemia; cuando por segundo año consecutivo la vida colectiva se restringe y la crisis económica y política se profundizan; cuando lo cotidiano y lo doméstico continúan apoderándose de la energía que antes dejábamos en instituciones, en calles y en bares… ¿qué se sostiene? ¿Qué se mantiene con algún sentido todavía, atravesando todas las dificultades y los nuevos desafíos virtuales? Este equipo no dudó de que los proyectos colectivos de reflexión y producción intelectual tenían que continuar. Prueba de ello es el extenso índice de este número, que de ser impreso como nos gustaría tendría un lomo grueso y bien visible en nuestras bibliotecas. Difícil decidir cuál merece ser destacado. A las nuevas entregas de las secciones Sexo y revolución, a cargo de Laura Fernández Cordero, e Historia de libro y la edición, coordinada por Ezequiel Saferstein, se suma desde este número la sección Centro de documentación para el estudio de las izquierdas, que coordinan Lucas Domínguez Rubio y Horacio Tarcus, y que en esta entrega cuenta con tres artículos —traducidos especialmente— sobre tres instituciones que antecedieron al CeDInCI en la tarea de preservación documental de las izquierdas: la Biblioteca-Instituto Fetrinelli, el Instituto Marx-Engels y el Archivo de Bakunin. Pese a las restricciones, entre el último número de Políticas de la memoria y esta nueva edición, los meses vinieron muy cargados de cuestiones políticas globales de fuerte impacto y de coyunturas locales vertiginosas. Las transformaciones en los espacios y las lógicas de trabajo y la crisis de cuidado generalizada que desató la pandemia, demostraron la pertinencia y la oportunidad histórica de los aportes que venían haciendo los feminismos. Y ello se acompañó de una perplejidad generalizada que puso en jaque nuestros supuestos sobre el futuro, pero también nuestras formas de reflexionar sobre el pasado. Más sentido aún adquiere una revista que intenta pensar de manera crítica las políticas de la memoria y sus efectos presentes. Sin dudas, fue un año en el que consolidamos nuestros aprendizajes sobre la vida virtual. Con la sede semicerrada por las restricciones sanitarias y los protocolos inestables, despotricamos contra las plataformas virtuales, pero también les agradecimos que nos permitieran abrir nuestra pequeña sala al mundo de una manera que no habíamos previsto y, al final, comenzamos a experimentar no sin temblor los primeros reencuentros presenciales. El fin de la URSS, treinta años después Otra cuestión que signó este segundo año de pandemia fue la respuesta a la ingenua pregunta de cuán mejores nos haría la nueva crisis global, crisis que coincide con un inquietante resurgir de las derechas a escala mundial. Y todo ello en un año en el que se cumplen tres décadas de un acontecimiento que nos introdujo en otra crisis global: la disolución de la Unión Soviética. Tres décadas es distancia más que suficiente para volver a un evento de vital importancia no sólo para Rusia sino también para todo el mundo. Y es también distancia más que suficiente para hacer necesario ese regreso. Son las renovadas preocupaciones sobre el presente las que coordinan las preguntas que hacemos al pasado con la esperanza de poder encontrar allí insumos que nos ayuden a entender nuestra propia actualidad. La pregunta por la disolución de la URSS no sólo nos permite comprender mejor los múltiples factores que intervinieron allí, sino también el impacto y los alcances que dicho evento generó en dos dimensiones fundamentales: el reordenamiento global del espacio ruso y la viabilidad del proyecto comunista. Varias cuestiones que sobrevuelan hoy la realidad de Rusia y del mundo están atravesadas por la problemática relación que el presente ruso establece con su pasado soviético y su traumático fin. Sin dudas, la disolución de la Unión Soviética marcó para todos aquellos que vivían en su territorio el fin de un proyecto compartido y de un universo que, a pesar de sus múltiples falencias, les resultaba familiar. En ese sentido, la caída significó para todos ellos —o al menos para una gran mayoría— lo que podríamos considerar como un "fin del mundo". Pero, y como bien apunta Alejandro Galliano en su último libro, "después del fin del mundo, el mundo siguió existiendo". Por lo tanto, quienes continuaron viviendo en la Rusia post-soviética tuvieron que pensar el modo en el cual reconstruir ese mundo después del fin del mundo en sus múltiples sentidos. La recomposición de la identidad nacional no fue una cuestión menor. Hacia allí se dirigió el Estado, sobre todo a partir de la llegada a la presidencia de Vladímir Putin en el año 2000, luego de la década maldita de 1990 que Boris Yeltsin había comandado aplicando una doctrina de shock que pauperizó la vida social interna y degradó a Rusia de la escena global, además de mostrar signos erráticos y confusos para responder a la inquietante pregunta de quiénes son los rusos. Sobre todo desde el tercer mandato de Putin, que se inició en 2012, el problema de la identidad nacional comenzó a resolverse con un fuerte rol del Estado, privilegiando una intención geopolítica de reposicionamiento global de Rusia y con una fuerte impronta conservadora que coloca a Rusia como guardiana de valores tradicionales pervertidos por Occidente. La salida propuesta por Putin apuntó entonces a privilegiar el orden por sobre cualquier atisbo de cambio social. Esto, sin embargo, no es un producto de su pasado como espía ni del camino especial ruso, sino apenas un capítulo más dentro del resurgimiento de los neoconservadurismos a nivel global. En ese sentido, el gobierno ruso atina a reforzar su carácter nacionalista y conservador con el fin de reconstituir el lazo social y saldar cuentas con su pasado soviético, pero también para acallar a la oposición y disimular su incapacidad de hacer frente a la crisis económica y social que ya lleva varios años. La caída de la Unión Soviética legó problemas para Rusia y el mundo que, como muestra el actual resurgimiento mundial de las derechas, todavía pretenden ser resueltos con un espíritu cada vez más lejano de los ideales que le dieron nacimiento en 1917. Nuestro nuevo número Entre los problemas legados por la Unión Soviética se encuentra el que recorre el dossier Trotskismos latinoamericanos: la (im)posibilidad de que los gobiernos comunistas contengan a sus oposiciones de izquierda. El movimiento trotskista no logró cumplir con las expectativas de su fundador: constituirse en la segunda posguerra en la dirección revolucionaria de recambio. Los dos anuncios del Programa de Transición trotskista habían fallado, pues el stalinismo salía fortalecido de la guerra y el capitalismo se mostraba capaz de desarrollar las fuerzas productivas más allá de lo imaginable en las primeras décadas del siglo XX. A pesar de su constante fragmentación y de nadar una vez más contra la corriente, los trotskismos de nuestro continente lograron por momentos trascender la dimensión testimonial y escribir algunas páginas de la historia latinoamericana. Además de las investigaciones de Andrey Schelchkov y de Dainis Karepovs, nuestro dossier ofrece dos documentos inéditos: el Diario de Samuel Glusberg en México, en el que narra sus encuentros con Trotsky y Diego Rivera, y la entrevista de Juan José Sebreli a Nahuel Moreno sobre los años de formación de su corriente política. Al dossier Trotskismos latinoamericanos se suma uno sobre Historia intelectual. Por un lado, a pedido de nuestra revista, el historiador Christophe Prochasson —reconocido por sus estudios sobre el socialismo francés y los intelectuales— preparó una reflexión sobre la historia intelectual en el espacio europeo, reflexión que prosigue la investigadora del CeDInCI Mariana Canavese centrándose en el espacio argentino de las últimas dos décadas. Y hay más. No podía faltar en este nuevo número un problema que ensayó una breve vía de resolución en los comienzos de la Unión Soviética y que, como mencionamos, la pandemia puso en el centro: la politización del reducto doméstico para remediar las inequidades en el reparto de las labores de limpieza, cuidados y crianza. Las dos décadas transcurridas del siglo XXI comprueban el acierto de un movimiento de carácter internacional como el feminista, que no reduce sus intercambios y reflexiones a los ámbitos locales, sino que potencia su crítica en el escenario global. Que la construcción de ese movimiento lleva décadas lo demuestra la nueva entrega de la sección del Programa de memorias políticas y sexogenéricas, Sexo y Revolución. Allí se compilan las huellas en la prensa de uno de los tantos episodios de intercambio y diálogo de las izquierdas en torno a la "cuestión sexual" en clave revolucionaria. Como un antecedente, entre tantos, de la agitación de las identidades y las luchas sexogenéricas, la escritora y librepensadora brasileña Maria Lacerda de Moura realizó una serie de conferencias en el Buenos Aires de hace casi un siglo en diálogo con los espacios más combativos, en especial, el anarquismo. Su escritura y su presentación pública enlazaba una renovación del "problema sexual" con una fuerte denuncia del fascismo imperante. Recuperar estas aparentes anécdotas menores fortalece las luchas presentes, sobre todo porque no las alimenta de heroicidades ni grandes nombres, sino de una construcción colectiva persistente e inclaudicable. Del mismo modo, recuerda esas vertientes de los feminismos y los activismos LGBT+ que no se detienen en una necesaria batalla por reconocimientos y derechos, sino que tienen en su horizonte un cambio radical. Last but not least, Políticas de la memoria n° 21 vuelve a ocuparse, como en números anteriores, de la historiografía de las izquierdas. En esta entrega lo hace con una encuesta sobre los estudios anarquistas preparada por las investigadoras María Miguelañez Martínez e Ivanna Margarucci, y con dos dossiers temáticos. En suma, presentamos un nuevo número de Políticas de la memoria y nos reconforta confirmar que esa decisión no fue solitaria sino acompañada por decenas de personas que colaboraron con sus textos y con ello reafirmaron que al infortunio global y al empobrecimiento generalizado de las condiciones de vida, se le oponen intervención intelectual y escritura comprometida. Más allá de estas palabras preliminares, la aparición de un nuevo número es una manera de afirmar que, contra la adversidad económica y política, apostamos a la escritura del compromiso, la reflexión crítica y el archivo vital que hace a la historia de las izquierdas. El Colectivo Editor
Políticas de la Memoria n° 20 https://doi.org/10.47195/PM20 Research yearbook of the Center for Documentation and Research in Left-wing Culture - CeDInCI. It publishes refereed articles, critical reflections, interviews, surveys and reviews that contribute to the study and reflection of current debates on the intellectual history of the left and social and political movements in Argentina, Latin America and the world, as well as to the contemporary development of critical and emancipatory theories and policies of archiving, preservation and representation of collective memory, from various disciplinary traditions. ; Políticas de la Memoria n° 20 https://doi.org/10.47195/PM20 Anuario de investigación del Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas - CeDInCI. Publica artículos arbitrados, reflexiones críticas, entrevistas, encuestas y reseñas que contribuyan a los estudios y reflexión de los debates actuales sobre historia intelectual de las izquierdas y los movimientos sociales y políticos en la Argentina, en América Latina y en el mundo, así como al desarrollo contemporáneo de las teorías críticas y emancipatorias, y de las políticas de archivo, preservación y representación de la memoria colectiva, desde diversas tradiciones disciplinares.
Instantáneas I La historia de las izquierdas: Viejos y nuevos desafíos "La historiografía del movimiento obrero latinoamericano está delimitada por dos presupuestos teóricamente discutibles. Por un lado, al ver su desarrollo através del prisma de la 'Modernidad', se recurre a un conjunto de variables indicativas económicas que refuerzan empíricamente la idea de un continuo industrial progresivo. Por otro lado, la 'modernidad' a nivel político se expresaen el ascenso progresivo de la clase obrera y de la sociedad según sean las formas y grados de participación política. El tránsito lineal e irreversible de lo prepolítico a lo político o la cristalización de una serie continua de lo tradicional-autocrático-democrático signan las opciones de esta historiografíaobrera paradigmática". Ricardo Melgar Bao, El movimiento obrero latinoamericano. Historia de una clase subalterna, Madrid, Alianza, 1988, p. 18. Si bien el movimiento anarquista, el movimiento socialista y sus familias políticas se habían convertido en objeto de la indagación histórica muy tempranamente en la Argentina gracias a la labor de historiadores militantes como Diego Abad de Santillán, Jacinto Oddone y Sebastián Marotta, su incorporación a los estudios académicos data del último medio siglo. En las décadas de 1970 y 1980 las izquierdas emergen en los estudios académicos—pensemos por ejemplo en El anarquismo y el movimiento obrero en Argentina, la obra clásica de Iaacov Oved, de 1978— aunque todavía subordinadas a las historias del movimiento obrero. La Biblioteca Política Argentina que dirigió Oscar Troncoso desde 1983 para el Centro Editor de América Latina acompañando (y al mismo tiempo alimentando) el despertar de la vida política después de siete años de dictadura militar, ofreció un amplio catálogo de estudios sobre las izquierdas, donde predominaban todavía los historiadores militantes de las décadas anteriores (Jacinto Oddone, Alicia Moreau, Oscar Arévalo, Leonardo Paso, Norberto Galasso), a los que se habían sumado nuevas obras provenientes del periodismo y el ensayismo político (Emilio J. Corbière, García Costa, Hugo Gambini, Dardo Cúneo, etc). De todos modos, esta colección le abrió espacio a una nueva generación de historiadores profesionales del movimiento obrero y de las izquierdas que vieron aparecer allí sus primeras obras (Juan Carlos Torre, Hugo del Campo, Mónica Gordillo, Edgardo Bilsky, Ricardo Falcón, Arturo Fernández, Dora Barrancos, entre muchos otros). En colecciones paralelas a la de Troncoso aparecieron también los primeros trabajos de Cristina Tortti y de Juan Suriano, y se reeditó la Historia del Movimiento Obrero en fascículos dirigida por Alberto Pla. Fueron pocos los investigadores que perseveraron en la historia obrera durante las décadas de 1980 y 1990, cuando ese campo conocía un reflujo tanto a nivel local como global. Algunos ensayaron estrategias de renovación temática y metodológica (Hugo del Campo con sus estudios sobre la corriente sindicalista, Juan Carlos Torre con los sindicatos peronistas, Mirta Lobato con las mujeres obreras, Leandro Gutiérrez con la cultura obrera, por mencionar sólo algunos casos). Paralelamente, la historia obrera clásica era sostenida a contracorriente por dos centros independientes, CICSO y PIMSA. En contrapartida, una verdadera oleada de producción sobre las izquierdas tuvo lugar durante los últimos 20 años. Con el nuevo siglo, "las izquierdas" ingresaron por derecho pleno en el campo académico. En un principio empujados por la efervescencia de la "historia reciente", en años posteriores decenas de jóvenes investigadores desarrollaron tesis de grado y posgrado que excedieron el universo de las organizaciones armadas de la nueva izquierda, abordando diversos momentos y figuras del anarquismo, el socialismo, el sindicalismo, el antiimperialismo, el comunismo, el antifascismo, el trotskismo, el maoísmo, el guevarismo y las más diversas familias políticas de las izquierdas argentinas. Los últimos veinte años vieron sucederse coloquios y congresos sobre las izquierdas, obras individuales y colectivas, colecciones editoriales, revistas especializadas, ediciones de fuentes, centros de documentación, programas de investigación colectiva y un sinnúmero de manifestaciones que, finalmente, terminaron por convertir a "las izquierdas" en objeto de la investigación histórica con plena legitimidad académica. Si en la década de 1970 los investigadores profesionales consagrados al estudio de las izquierdas se contaban con los dedos de una mano, medio siglo después constituyen un campo que moviliza varias decenas de investigadores. El repliegue de la historia obrera tradicional dejó libre un espacio de visibilidad para el despliegue de las fuerzas y los movimientos de las izquierdas mismas, independiente de su peso mayor o menor dentro del movimiento obrero. Asimismo, los cuestionamientos a la historia política tradicional fueron desplazando el interés desde la dimensión institucional de los partidos políticos (los congresos, el comité central, el programa, la línea política) a una historia centrada en las diversas manifestaciones de la cultura de izquierdas, como los procesos de subjetivación militante, la construcción de los liderazgos y los roles de género, la división militante entre trabajo manual y trabajo intelectual, la circulación de impresos, los cursos de formación, las lecturas canónicas y las prohibidas, el rol tenso de los intelectuales al interior de las organizaciones políticas, la dimensión comunicacional de la prensa y de las revistas, la lucha por la conquista militante del espacio urbano; el rol de la música colectiva y de la gráfica en la construcción de un imaginario de izquierdas; el rol de los exiliados, los viajeros, los congresistas, los emisarios en la construcción de redes nacionales, continentales e internacionales que permitieron exceder el nacionalismo metodológico de los estudios sobre la "izquierda argentina". El CeDInCI, fundado en 1998, se instaló justamente en esa encrucijada historiográfica. Para recelo de muchos "ortodoxos" de la antigua historia obrera (a medias profesional, a medias militante), la "cultura de izquierdas" estaba inscripta, incluso en plural, en su propio nombre. De modo que el CeDInCI fue desplegando a lo largo de sus 22 años de vida un programa historiográfico en el que perdían peso y legitimidad el análisis de los programas y los pronunciamientos en los que el historiador trataba de encontrar una mayor o menor correspondencia con la "realidad", privilegiando la dimensión de la experiencia militante en toda su complejidad, las dinámicas y los conflictos inherentes a los grupos humanos, el estudio de los procesos de construcción simbólica, los rituales y las ceremonias militantes y toda la dimensión imaginaria de la cultura de izquierdas. La antropología, el psicoanálisis, la sociología, el socioanálisis, la teoría política, el marxismo crítico, la teoría feminista y los estudios de género fueron los principales aliados en esta estrategia de repensar la historia de las izquierdas, declinada en plural, a la luz de la historia social de la cultura. Resistiendo la "desviación culturalista" de este programa, la antigua historia militante logró conquistar cierto espacio dentro del universo académico. Mantuvo hasta donde pudo la centralidad de la historia obrera, sustancializando las clases sociales e hipostasiando la dimensión del conflicto. Abordó la trayectoria de las izquierdas tal como habituaba a hacerlo el Comité Central: según su capacidad para llevar la conciencia verdadera a la clase obrera, lo que se traduciría en su mayor implantación en tales o cuales gremios. La historia de los intelectuales de izquierda fue escrita según su mayor o menor capacidad de inclinar su cerviz frente a la dirección política. La cultura, en tanto que nivel de la superestructura, fue pensada en términos del "frente cultural", un espacio que debía ser atendido oportunamente, sin amplificarse más allá de que lo que Engels ya había dejado establecido. La historia de una corriente política de la izquierda era entendida como la historia de su capacidad para implantar bastiones en el movimiento obrero con vistas a la revolución. Aunque apelara más de una vez a citas de autoridad de Gramsci, la política era concebida en términos de "asalto" o de "guerra de maniobras", antes que como "guerra de posiciones". Por eso esta perspectiva produjo sobre todo historias endógenas del socialismo, el comunismo o el trotskismo donde las disputas hegemónicas entre las fuerzas sociales aparecen apenas esbozadas en un evanescente telón de fondo. Enormes esfuerzos de meritoria investigación en hemerotecas y archivos se ha visto malogrados por esta matriz empobrecida de historia social y política desde la cual la construcción hegemónica, que empieza justamente más allá del plano corporativo de la organización obrera, no puede ser siquiera pensada. En esta literatura están ausentes incluso las categorías mismas que permitirían aprehender la historia de las izquierdas en toda su complejidad, en su densidad y en su drama histórico. Estos modos de concebir y narrar la historia de las izquierdas están en el centro de las objeciones que formula Roy Hora en "Izquierda y clases populares en la Argentina, 1880-1945", un ensayo sumamente estimulante y provocativo aparecido hace pocas semanas en la revista Prismas. Hora parte de un hecho incuestionable: la incapacidad de las izquierdas históricas para romper cierto "techo de cristal" pues "rara vez superaron el 10 % de los sufragios en elecciones libres y competitivas". Y si bien su ensayo aborda el ciclo histórico que concluye en 1945, no sería difícil proyectar esta constatación, con los ajustes del caso, sobre la segunda mitad del siglo XX. El fondo de esta dificultad hegemónica no se debería tanto a problemas de "incomprensión" de las dirigencias políticas de izquierda (el elitismo de los socialistas, el frentismo oportunista de los comunistas o el sectarismo de los trotskistas, por poner algunos casos) como en la capacidad integradora del "país más capitalista y moderno de América Latina". Incluso los historiadores de las izquierdas más reconocidos —José Aricó, Ricardo Falcón, Juan Suriano— habrían subestimado los alcances del potencial integrador de un mercado de trabajo que, signado por los altos salarios en términos comparativos a escala internacional, la capacidad de ahorro, el progreso ocupacional, la movilidad social ascendente e incluso la incorporación a las filas de las clases propietarias, había modelado en la experiencia de los trabajadores un horizonte de progreso que se habría erigido en un "obstáculo formidable" para la radicalización de sus demandas. A esa experiencia en el mundo laboral habrían venido a sumarse otras dimensiones de la integración social, política y cultural como el crecimiento del sistema de salud pública, el aumento de la alfabetización y la expansión del sistema público de educación así como el carácter liberal de la Constitución nacional con su reconocimiento a los diversos credos y cultos, con su libertad de prensa, de opinión y de asociación, a los que vino a añadirse la apertura del régimen político a partir de 1916. Contra el arraigado retrato de una sociedad expulsiva que habría nacido de un sobredimensionamiento del ciclo que se abre con la Ley de Residencia y que alcanza su clímax en la Semana Trágica de 1919, o del que se abre con el golpe militar de 1930, Hora nos devuelve la imagen de una República abierta a acoger a las sucesivas oleadas de perseguidos de Europa, desde los communards de 1871 hasta los republicanos españoles de 1939, pasando por los socialistas expulsados por las leyes de Bismark e incluso por los anarquistas italianos de fines del siglo XIX (pp. 56-57). El autor no desconoce, desde luego, los momentos represivos del Estado sobre los trabajadores, pero los considera "poco significativos" (p. 57) en términos relativos (comparados con otras experiencias a un lado y otro del Atlántico), además circunscriptos a momentos excepcionales (1902, 1910, 1919, 1920-21, 1930, 1943) y focalizados en actores políticos particulares: el anarquismo entre 1902 y 1921, el comunismo entre 1930 y 1945. Por fuera de estas circunstancias accidentales, "la evidencia histórica indica que, en repetidas ocasiones, las autoridades mediaron en los conflictos entre capital y trabajo, a veces a solicitud de los propios asalariados", antes incluso que los radicales llegaran al gobierno (pp. 57-58). El ensayo de Roy Hora tiene el mérito indiscutible de cuestionar los alcances interpretativos de ciertos relatos endógenos fundados sobre todo en las propias fuentes partidarias, ofreciendo un cuadro histórico en el que las izquierdas son reconsideradas dentro del abanico de posibilidades de organización, movilización y transformación social que ofrecía una formación social determinada. Al mismo tiempo, pone sobre el tapete los supuestos de buena parte de los estudios de historia de las izquierdas que concebían a las condiciones para el despliegue de un proyecto inspirado en el deseo de cuestionar el orden sociopolítico como una suerte de invariante histórica, colocándolas de ese modo por fuera de la historia humana. En este relato alternativo, las clases no aparecen sustancializadas ni definidas a priori, sino que se constituyen sobre una experiencia colectiva que, en última instancia, se asienta en las peculiaridades del capitalismo argentino. Buscando explicaciones más allá de los errores programáticos o los aciertos interpretativos de las izquierdas, el ensayo se desplaza del análisis del registro discursivo para inscribirse en el plano de las condiciones económicas, sociales y políticas en que se forjaran las clases populares bajo el influjo de un proyecto de impronta moderada y laborista, y en el que sólo en circunstancias históricas específicas se sintieron atraídas por los discursos impugnadores del orden establecido. Las dificultades de las izquierdas en erigir un partido de clase con arraigo de masas no se derivaban entonces de las otrora llamadas "condiciones subjetivas" —las concepciones políticas de las fuerzas de izquierda— sino de las propias "condiciones objetivas" que ofrecía la Argentina de la primera mitad del siglo XX: una "sociedad sin rígidas fronteras de clase y cuyas jerarquías se hallaban sometidas al efecto disolvente de la movilidad social y ocupacional", en la que "la cultura asociativa trabajó en contra de la aspiración a construir una subcultura obrera autónoma —sindicato, club social y deportivo, biblioteca y centro cultural— como la que forjaron las experiencias socialdemócratas europeas más exitosas" (p. 57). No es difícil adiviniar aquí la actualización de algunas hipótesis avanzadas en la obra obra ya clásica de Leandro Gutiérrez y Luis Alberto Romero, Sectores populares, cultura y política. Buenos Aires en la entreguerra (1995). Pero las hipótesis de Gutiérrez y Romero son radicalizadas con el apoyo de una serie de investigaciones de sólido nivel académico que fueron abriéndose paso a lo largo del último medio siglo para constituirse en lo que Eduardo J. Míguez ha denominado la "nueva ortodoxia revisionista". Es así que Roy Hora puede sustentar su argumentación no sólo en su considerable obra previa sino en la abundante producción de la tradición historiográfica en la que se inscribe —y que remite a los nombres de Roberto Cortés Conde, Ezequiel Gallo, Eduardo J. Míguez, Hilda Sabato, Pablo Gerchunoff y Lucas Llach, entre varios otros, así como a figuras provientes de otros espacios, como Natalio Botana o Luis Alberto Romero. La "reacción neoclásica" (como la llamó el propio Cortés Conde) terminó por constituir una escuela (en el sentido amplio del término) cuyas primeras obras nacieron a comienzos de la década de 1960 en el espacio del IDES y en las últimas décadas, a medida que iba arrojando el lastre del cepalismo y estilizando su teoría de la modernización, se fue asentando sobre todo en el ámbito de la Universidad Torcuato Di Tella y en la de San Andrés. El ensayo de Hora, más allá de señalar matices sutiles en torno a las interpretaciones de autores como Aricó, Falcón y Suriano, tiene por blanco implícito ese conjunto de estudios sobre las izquierdas que "suelen mirar el problema del lugar político de las clases laboriosas con los ojos sesgados de los impugnadores del sistema. Enfocados en los momentos de crisis antes que en los más frecuentes y extendidos de normalidad, suelen apoyarse en relatos sobre la organización obrera que sobreestiman la importancia de sus grupos disidentes, entonces minoritarios, y en la prensa militante que promovía sus reclamos. En este sentido, esa literatura ofrece un ejemplo típico de los sesgos de interpretación nacidos de una selección parcial de la evidencia documental, amén de más interesada en la retórica de combate que en las prácticas concretas y el contexto más amplio en que se desplegaba la acción colectiva" (p. 56). La crítica es certera y la polémica que viene a abrir es sin lugar a dudas auspiciosa. Difícilmente se podría estar en desacuerdo con una perspectiva que invita a desustancializar las clases sociales en pos de una concepción relacional de las fuerzas sociales y que convoca a pensar los alcances y los límites de las corrientes políticas no sólo en el juego de su propio campo sino también en sus propias condiciones materiales-sociales de existencia. Pero el marco histórico que ofrece como alternativa corre el riesgo equivalente de las corrientes que impugna, aunque en un sentido opuesto. Es que frente a los relatos históricos construidos sobre los momentos de crisis, Hora levanta un modelo alternativo focalizado "en los más frecuentes y extendidos de normalidad". El punto de partida es el año 1880, donde no aparecen trazas de "acumulación primitiva", violencia constitutiva, pillaje, apropiación, trabajo forzado ni "campaña del desierto". El capitalismo argentino y su modelo liberal parecen haber nacido inmaculados. Es significativo que el autor no se proponga pensar la historia argentina conforme una dialéctica de crisis recurrentes y ciclos de normalidad siempre provisorios, sino como un proceso de inserción internacional, modernización capitalista e integración social exitosos en el mediano plazo, al menos hasta el inicio de la "decadencia argentina". A la inversa de las perspectivas que critica, en este relato funcionalista del proceso histórico el conflicto social no sólo es excepcional sino que queda rebajado al rango conceptual de mero accidente histórico. Frente al "luchismo" de ciertas perspectivas ciegas a los momentos de negociación, no deja de ser oportuno recordar que en 1902, mucho antes de las experiencias de diálogo y negociación entre Estado y trabajadores que ensayará el gobierno radical de Hipólito Yrigoyen, incluso dirigentes anarquistas como Constante Carballo y Francisco Ros podían ingresar a la Casa Rosada a dialogar con dos poderosos ministros de Estado. Sin embargo, resulta poco convincente la secuencia posterior que ofrece Hora como ilustración de sus tesis —la asamblea de estibadores que no refrendó el acuerdo de sus líderes, la humillación que afectó el prestigio de los ministros, la imagen de debilidad que ofrecía el propio presidente Roca ante la oposición— que terminaría por explicar el estallido de la primera huelga general de la Argentina (noviembre de 1902) y a la sanción de la Ley de Residencia ese mismo mes como el resultado de un encadenamiento (evitable) de accidentes. En la comprensión de este proceso han desaparecido las condiciones materiales invocadas en la argumentación central —manifiestas en los reclamos de los distintos gremios que se fueron escalonando a partir de las demandas iniciales de los estibadores, que pedían cargar bolsas que no superaran los 65/70 kilos. ¿ Es posible que circunstancias perfectamente plausibles como la "humillación" de los ministros o la necesidad de Roca de demostrar firmeza hayan derivado en la sanción de una Ley votada en forma express por las dos cámaras que venía a violentar nada menos que la sacrosanta Constitución liberal de 1853, y que se mantuvo vigente durante más de medio siglo, desafiando hasta el año 1958 los sucesivos intentos de derogación? Como diría el viejo Hegel: pequeñas causas, grandes efectos.1 La huelga misma aparece en el relato como un hecho accidental que podría haberse evitado si los actores se hubieran comportado conforme a su racionalidad esperada, de no ser por el "influjo indebido" que los anarquistas ejercían "sobre el común de los trabajadores". Pero el ejemplo muestra exactamente la situación inversa: son los líderes anarquistas los que negociaron con el gobierno mientras que fue la asamblea de los estibadores la que los desautorizó. Desde luego que puede estudiarse la racionalidad propia de las huelgas de masas, pero es muy difícil, sino imposible, pensar la dinámica de acumulación de demandas materiales y simbólicas propias de los grandes procesos colectivos desde la teoría del racional choice. La racionalidad del comportamiento de aquellas franjas de los obreros migrantes que acompañaron la experiencia del radicalismo primero y del peronismo después es perfectamente comprensible. También la de aquellos que lograron ascender rápidamente en la escala social y alcanzaron altos grados de integración social, política y cultural, adhiriendo incluso a la ideología liberal, en alguna de sus variantes. Pero no debería ser difícil concebir una voluntad de transformación radical del orden social por parte de los que, en la división del trabajo, les tocó acarrear bolsas de 100 kilos en sus espaldas, ni de los que trabajaban 14 horas diarias, ni de los cientos de miles o incluso de los millones de "perdedores" que pagaron los costos de la modernización argentina. El riesgo de pensar la historia "desde el lugar de los impugnadores del sistema" cede aquí su lugar a otro riesgo (sobre el que la historiografía contemporánea suele ser mucho más indulgente): pensar la historia con los ojos sesgados de los integradores del sistema. Roy Hora es convicente al mostrar los límites de los relatos convencionales de historia de las izquierdas autocentrados en su propio despliegue y documentados con sus propias fuentes, pero la productividad historiográfica del modelo tan sólidamente funcionalista que ofrece como alternativa genera toda una batería de interrogantes. Enfatizando los ciclos de normalidad por sobre las crisis, los procesos de integración sobre los de exclusión, el consenso sobre la violencia, la negociación sobre el conflicto, el modelo histórico que ofrece invierte más que supera aquel que vino a impugnar. Las condiciones de posiblidad de la izquierda quedan pues acotadas a la emergencia accidental de un conflicto de clase, para terminar clausurándose una vez que el error se corrige, el conflicto desaparece y el sistema retorna a las rutinas de la normalidad. En su esquema, quizás podrían comprenderse el fracaso ineluctable del anarquismo más allá de 1912 o los límites insalvables de corrientes como el sindicalismo revolucionario en sus años de mayor radicalidad, el trotskismo (o el clasismo de la décadas de 1960 y 1970, si lo proyectáramos sobre el período posterior), pero difícilmente podría explicarse la imposibilidad de las corrientes más reformistas (el socialismo, o el comunismo desde 1935 en adelante) en franquear el "techo de cristal". En este modelo, la ideología que mejor corresponde a la racionalidad de los actores no es otra que el liberalismo. ¿Cómo pensar desde allí fenómenos ya no de la maginitud de las grandes huelgas generales, sino procesos culturales como la tradición antiimperialista de las izquierdas? No tendrían otro interés que el de ideologías de la desviación, en definitiva funcionales a ese latinoamericanismo dependentista que llevó a la Argentina a apartarse de su inserción "en el mundo". Incluso los empeños de las izquierdas por realizar el "programa mínimo" habrían derivado en los altos costos laborales y en el déficit público que aún hoy continuarían gravitando en el corazón de la decadencia argentina. Queda flotando la pregunta si las izquierdas son siquiera pensables desde esa perspectiva, donde sus vertientes más radicales aparecen desplazadas al cuadro de una anomalía, y las izquierdas reformistas reducidas a una astucia de la razón liberal. Colectivo editor 1 Para una discusión argumentada y documentada con la historiografía que ha relativizado o acotado la incidencia efectiva de Ley de Residencia y la Ley de Defensa Social (Barry, Zimmerman, Suriano) para considerarlas como el punto de partida de una serie regular de dispositivos de disciplinamiento por parte de la élite, véase el reciente trabajo de Marina Franco, "El estado de excepción a comienzos del siglo XX: de la cuestión obrera a la cuestión nacional", en Avances del Cesor,vol. 16, nº 20,Universidad Nacional de Rosario, 2019.
En noviembre de 2017, en el marco de la conmemoración del asesinato del Che Guevara (09/10/1967), tuvo lugar, en la Universidad de Stanford (EEUU), la Conferencia Internacional Quincuagésimo aniversario de la Campaña del Che en Bolivia, organizada por el Centro de Estudios Latinoamericanos y la Institución Hoover, ambas unidades académicas de la prestigiosa universidad. La Institución Hoover alberga una de las colecciones más importantes de la experiencia del Che en Bolivia, la "Colección Burgos-Debray", de modo que la realización de la Conferencia se orientaba, también, a dar a conocer este valioso acervo documental a los investigadores interesados en la materia. Siete historiadores latinoamericanos, estudiosos de los movimientos revolucionarios y las izquierdas armadas, fueron invitados para exponer en la Conferencia sobre sus temas de investigación. Antonio Mitre (Universidade Federal de Minas Gerais), disertó sobre las características generales de las guerrillas latinoamericanas en los sesenta; Herbert Klein, director de los Archivos Hoover, sobre la política intervencionista de EEUU y los regímenes militares del Cono Sur; Jean Rodriguez Sales (UNICAMP), se refirió al impacto de la Revolución Cubana en la izquierda brasileña; Gustavo Rodriguez Ostria, el reconocido historiador boliviano, ofreció una meticulosa reconstrucción de los avatares del ELN de Bolivia tras el fusilamiento del Che; Igor Goicovich (Universidad de Santiago de Chile) analizó la influencia del pensamiento guevarista en la definiciones de la línea política del MIR chileno; Aldo Marchesi (UdelaR), la recepción, en clave política y emocional, de la muerte del Che; Vera Carnovale (CeDInCI-CONICET) expuso en torno a las diversas dimensiones del legado guevarista en la izquierda armada argentina, y Vania Markarian (UdelaR), sobre los usos y apropiaciones del guevarismo en la militancia comunista uruguaya. Políticas de la Memoria, se complace en publicar aquí estas exposiciones que, en conjunto, ilustran no sólo el contexto de emergencia de las guerrillas latinoamericanas de los sesenta y sus características, sino también, y quizás fundamentalmente, las múltiples y variadas derivas y apropiaciones del guevarismo en América Latina.
Editorial Aniversario y balance Por una renovación de la agenda historiográfica de las izquierdas Colectivo Editor Se han cumplido veinte años ya de aquel viernes 3 de abril de 1998 en que el CeDInCI abriera por primera vez sus puertas en el barrio porteño de Almagro. Poco antes de la universalización del correo electrónico, y a través del antiguo sistema de invitación por tarjeta de cartón, del rumor boca a boca y el llamado telefónico, más de doscientos asistentes desbordaron la vieja casa de la calle Sarmiento cuando todavía olía a pintura fresca. Más de la mitad de los concurrentes debió esperar en la calle a que salieran los primeros para poder ingresar. ¿Qué fue lo que convocó en aquellos años de reflujo de las izquierdas y de apogeo del menemismo a las más diversas figuras de la cultura argentina, desde David Viñas a Juan José Sebreli, desde Emilio J. Corbière a Mary Feijóo, desde José Sazbón a Abel Alexis Lattendorf? Sin lugar a dudas, la expectativa de que, finalmente, un centro de documentación concebido a la manera de las modernas instituciones europeas pudiera recoger en un espacio único y plural el patrimonio documental de los movimientos sociales y las izquierdas que hasta entonces se dispersaba, y a menudo se perdía. Sin embargo, esa fundación no vino, como suele decirse, a "llenar un vacío". Fue necesario librar a lo largo de los años una verdadera batalla cultural para introducir en la agenda pública y en la agenda social el concepto de patrimonio documental. Para entonces, cuando el primero de estos términos era apenas un sinónimo de patrimonio arquitectónico, el legado documental era una noción carente de sentido. En lo que a la cultura de izquierdas respecta, los fondos personales de militantes, dirigentes, sindicalistas, escritores y editores, o los acervos de pequeñas organizaciones políticas y sociales se volatilizaban; y con ellos, la posibilidad de escribir la historia de las izquierdas, de los movimientos sociales, de las clases subalternas. La fundación del CeDInCI conjuró para siempre aquel desdén, aquel olvido. Desde ese abril de 1998 su acervo creció exponencialmente. Veinte años después, se contabilizan con nombre y apellido casi dos mil donantes. A pesar de su fragilidad institucional —apenas una asociación civil sin fines de lucro, gestionado por un equipo de una decena de profesionales—, el CeDInCI apareció a lo largo de estos años como un espacio que ofrece a los donantes garantías de transparencia, estabilidad y pluralidad. La modernización que propuso el CeDInCI en el terreno bibliotecológico, hemerográfico y archivístico vino estrechamente ligada a una propuesta de renovación historiográfica. Poner a disposición de los investigadores un acervo documental cuantioso, rico y diverso era condición necesaria pero no suficiente para una actualización de los estudios sobre las izquierdas. Recordemos brevemente aquel contexto. Para fines del siglo XX el estudio de las izquierdas estaba fuera de la agenda historiográfica. La historia obrera, una de las ramas que se había desprendido de la historia social a mediados del siglo XX, había quedado reducida a un rol residual, apenas cultivada por un porfiado puñado de historiadores, entre los que sobresalía la figura tutelar de Alberto Pla, fallecido en 2008. El cierre del CICSO (un centro de investigación fundado en 1966 que había producido una obra colectiva de referencia a comienzos de la década de 1970),[1] la dispersión de sus investigadores más reconocidos y la donación de su archivo a una institución tan poco previsible como la SADE (Sociedad Argentina de Escritores) constituían un síntoma elocuente de aquel fin de ciclo. Algunos de los historiadores obreros más jóvenes apelaban por entonces a la renovación que había conocido la historiografía inglesa desde la década de 1960, pero a menudo sus referencias a las obras de un E. P. Thompson fueron, antes que un índice de lecturas fructíferas o una puesta en acto de sus aportes teórico-conceptuales, verdaderos modelos de citas de autoridad.[2] Mientras estos historiadores obreros resistían desde un paradigma historiográfico francamente conservador (una teoría de la clases sociales y de su conciencia de corte leninista, una reificación del conflicto social y una metodología positivista de recolección "objetiva" de "datos"), la historiografía conocía una renovación vertiginosa a escala global, que socavaba incluso muchos de sus supuestos epistemológicos. Desde el impacto del "giro lingüístico" hasta al correspondiente al "giro material" (por no hablar del más reciente "giro reflexivo"), tanto la microhistoria, la historia de las mujeres, la historia de lo cotidiano, la historia de la sexualidad, la historia social de la cultura como la nueva historia política conmovían los cimientos de la profesión, despertaban la vocación de los nuevos historiadores y reorientaban incluso los intereses muchos investigadores formados. De modo que para fines de la década de 1990 la mayor parte de los miembros del PEHESA,[3] un centro fundado en 1977 a comienzos de la última dictadura militar y que había venido a modernizar los estudios de historia social, habían abandonado la historia obrera stricto sensu. Si bien durante algunos años prosiguieron los trabajos de Silvia Badoza sobre la Sociedad Tipográfica Bonaerense, los de Mirta Lobato sobre las obreras de los frigoríficos de Berisso, los de Juan Suriano sobre el anarquismo argentino o los de Ricardo Falcón sobre la formación de la clase obrera en la segunda mitad del siglo XIX, buena parte de los investigadores fueron atraídos enseguida por otras demandas historiográficas. Suriano fue desplazando sus intereses desde el movimiento obrero anarquista hacia la cultura libertaria.[4] Leandro Gutiérrez —el principal inspirador de la historia y la cultura obrera, y su último cultor a tiempo completo, fallecido en 1992—, había iniciado junto a Luis Alberto Romero un desplazamiento de su objeto hacia los que entonces se designaban como "sectores populares".[5] Significativamente, la obra que reunía gran parte de los trabajos maduros de historia social y obrera de esa generación —nos referimos a Jeremy Adelman (ed.), Essays in Argentine Labour History 1870-1930— no encontró un editor en la Argentina.[6] Si la historia de la clase obrera se veía progresivamente desplazada de la renovada agenda historiográfica de fin de siglo, la historia de las corrientes de izquierda que no se encuadraba en lo que entonces llamábamos "historias oficiales", seguía siendo cultivada casi exclusivamente por el periodismo de investigación. La popularidad que gozaron en los años '80 y '90 las contribuciones sobre anarquismo, socialismo, comunismo y nueva izquierda de figuras como Osvaldo Bayer, Emilio J. Corbière, Isidoro Gilbert y María Seoane contrastaban con la reticencia de la historiografía académica frente a estos objetos. Sólo unas pocas obras clave nacidas entre esas dos décadas vinieron a dar una nota discordante en ese clima académico: nos referimos a Una modernidad periférica: Buenos Aires 1920 y 1930 (1988) de Beatriz Sarlo, Nuestros años sesentas. La formación de la nueva izquierda intelectual en la Argentina (1956-1966) (1991) de Oscar Terán, e Intelectuales y poder en Argentina en la década del sesenta (1991) de Silvia Sigal. Aunque respondían más a ejercicios de balance histórico por parte de intelectuales formados en las décadas pasadas que a la agenda académica de esos años, estas obras iban a abrir una brecha en la renovación historiográfica nacida con el nuevo siglo. Fue en ese contexto de innovación al mismo tiempo que de profesionalización de la historiografía argentina, que el CeDInCI postulaba en torno a 1998, además de la necesidad de un acervo documental, una agenda historiográfica para el estudio de las izquierdas y de las clases subalternas. Por supuesto, ya la propia organización de un centro que reuniera en forma integral y al mismo tiempo diferenciada áreas de biblioteca, hemeroteca y archivo, hablaba de una renovación respecto de las antiguas bibliotecas donde estas áreas solían estar confundidas. La hemeroteca adquiría en este proyecto un lugar central, poniendo a disposición de los investigadores un universo revisteril mucho más denso, diverso y proteico que el de las pocas revistas canónicas que había consagrado la historia literaria en el siglo XX. El archivo, centrado en los fondos de militantes, escritores y editores, venía a ofrecer un corpus hasta entonces apenas transitado por la historiografía. La novedad no estaba tanto en la diversidad de los soportes ofrecidos, como en el orden con que fueron organizados y presentados. La organización y la catalogación misma de los libros, los folletos, los afiches, los periódicos, las revistas, las cartas privadas, fueron concebidas desde un inicio para propiciar una historia renovada y multidimensional de las izquierdas. Borges decía que el orden de una biblioteca era un modo silencioso de ejercer la crítica. Para nosotros, el catálogo excedía su dimensión técnica, el orden de las piezas respondía a una perspectiva de la historia, el tesauro a un universo conceptual, la descripción se comprometía con la investigación. También el propio nombre de la institución, con su referencia expresa no a "la izquierda" lisa y llana, sino a una "cultura de izquierdas", sugería además de la pluralidad todo un abanico de dimensiones materiales, simbólicas e imaginarias de social y de lo político que connotaba el término cultura, excediendo con creces la clásica historia institucional centrada en pasar revista de los congresos, analizar la corrección de los discursos de los dirigentes y en contabilizar la cantidad de obreros que el partido controlaba entre los marítimos o los ferroviarios. El lanzamiento del CeDInCI fue acompañado de una serie de libros y de artículos de carácter programático elaborados por algunos de sus fundadores que en poco tiempo era asumida y enriquecida por una nueva camada de historiadores.[7] A contrapelo de un clima historiográfico en el que Marx y el marxismo eran sacrificados en el altar del "fin de las ideologías", esos textos, al mismo tiempo que celebraban la profunda renovación historiográfica en curso, se esforzaban en mostrar el estímulo intelectual y el provecho historiográfico que ofrecían ciertas figuras y conceptos forjados por el marxismo crítico de un Gramsci o un Benjamin, así como por historiadores marxistas extraacadémicos olvidados como Issac Deutscher, Arthur Rosenberg o Fernando Claudín. Pugnaban, asimismo, por mostrar los signos de renovación de la historia social británica a los que la academia argentina comenzaba a darle la espalda —desde los estudios clásicos de Eric Hobsbawm, E.P. Thompson y Raymond Williams hasta los de Raphael Samuel, Perry Anderson y Gareth Stedman Jones—, la innovación historiográfica que había representado en las décadas de 1970 y 1980 la obra de figuras como Robert Paris, Georges Haupt y Franco Andreucci para la historia del marxismo y las internacionales obreras, así como los aportes contemporáneos de la sociología de la cultura (Pierre Bourdieu y su escuela) y la sociología de los intelectuales revolucionarios (Michael Löwy). La nueva historia de las izquierdas y de las clases subalternas incluía y al mismo tiempo excedía la historia partidaria, la historia obrera o la historia del mundo del trabajo. Proponía, por ejemplo, otras claves para repensar la dimensión institucional (desde el socioanálisis de René Lourau y Georges Lapassade hasta la teoría foucaultiana de los micropoderes, pasando por la dimensión imaginaria teorizada por Cornelius Castoriadis),[8] incorporaba la perspectiva de género y el concepto de vida cotidiana para repensar las subjetividades militantes, dialogaba con los aportes conceptuales y metodológicos de la sociología cultural, de la historia intelectual y la historia del libro y la edición para reconsiderar dimensiones claves de la cultura de izquierdas, hasta entonces apenas exploradas en nuestro país por unos pocos estudios pioneros, como los de Dora Barrancos. El CeDInCI promovió un diálogo productivo de la historia de las izquierdas con la nueva historia intelectual, menos atento a ciertas prescripciones de la Escuela de Cambridge de Skinner y Pocock —sobre todo las que parecen "querer apresar las ideas de una época en sus marcos lingüísticos"[9] — que a las vertientes que ponen en el centro los soportes materiales de los procesos históricos de la cultura, aquellos que se resisten a ser simplemente reducidos a texto. Comprometida en un proyecto de historización radical de las ideas, Políticas de la Memoria promovió estudios y debates sobre la problemática de la recepción y la circulación internacional de ideas y saberes, poniendo sobre todo de relieve los problemas de "traductibilidad", los "desvíos" y "malentendidos" propios de las "ideas fuera de lugar". Dentro de la renovación que conoce la historia de los intelectuales, nuestra revista atendió antes que nada a la dimensión relacional de la historia social de la cultura, prestando especial atención a las redes intelectuales, las redes editoriales y las redes revisteriles. Siguiendo estas líneas, fue plataforma de difusión de diversos referentes de esa renovación historiográfica como Enzo Traverso, Bruno Groppo, Perry Anderson, Christophe Prochasson, Daniel James, Judith Revel, Roberto Schwarz, Ricardo Melgar, Claudio Batalha, Ricardo Piglia, Giselle Sapiro, Jean-Yves Mollier, Vivek Chibber, Philippe Artières y Dominique Kalifa, entre muchos otros. Una política de edición que anticipó y complementó una revista hermana del CeDInCI como El Rodaballo, menos acotada al campo historiográfico y más abierta a los debates intelectuales, que dio a conocer entre 1994 y 2006 textos inéditos en español de Toni Negri, Michael Hardt, Perry Anderson, Robin Blackburn, Michael Löwy, Boris Kagarlitsky, Nancy Fraser, Judith Butler, André Gorz, John Holloway, Frédrik Jameson, Robert Castel, Daniel Bensaïd, Richard Greeman, Terry Eagleton, Etienne Balibar, Régis Debray y René Lourau, entre muchos otros. Con el apoyo de estas renovadas lecturas, Políticas de la Memoria garantizaba la puesta en circulación de un amplio espectro de problemas referidos al mundo de la cultura de izquierdas en Argentina, Latinoamérica y Europa; participando, de este modo, de diferentes y entrecruzadas agendas historiográficas, debates político-académicos y temas de marcada recurrencia entre historiadores y cientistas sociales. A partir de la publicación de artículos, dossiers e intervenciones se abordaron cuestiones como la recepción argentina de Marx y la configuración de una cultura marxista en nuestro país, la formación y las derivas del socialismo argentino, las vicisitudes del anarquismo en América Latina, la historia intelectual del comunismo latinoamericano, el sindicalismo y sus diversas corrientes ideológicas, el antiimperialismo en los albores del siglo XX, el indigenismo y los latinoamericanismos, los intelectuales y su relación con la política revolucionaria, los avatares del trotskismo en la Argentina, del peronismo de izquierda, de las "nuevas izquierdas" y de los grupos armados a nivel continental. Asimismo, Políticas de la Memoria dio lugar a debates recientes sobre la historia europea contemporánea (guerras mundiales, revolución rusa, totalitarismos, guerra fría), ofreciendo estudios referidos al desarrollo de los partidos socialistas y comunistas a nivel mundial y a la historia de las Internacionales Obreras. La historia del marxismo europeo y latinoamericano ocupó en sus páginas un lugar sostenido, lejos tanto del desdén de la historia académica como de los abordajes trillados de los órganos semipartidarios. La serie sobre las sucesivas "crisis del marxismo", aún en curso de publicación, ofreció textos hasta entonces inéditos en español de Masaryk, Sorel, Croce, Gentile y Mondolfo, así como los sustantivos estudios introductorios de Daniel Sazbón, Miguel Candioti y Horacio Tarcus. Finalmente, debemos destacar al anuario como uno de los pioneros en la difusión de estudios y debates sobre los movimientos feministas y sobre la cuestión sexo-genérica en la cultura de izquierdas. En la construcción sostenida de esta singular agenda de temas y de problemas, no fue menor la exhumación de documentos inéditos (piénsese en la correspondencia cruzada entre Ingenieros, Darío y Lugones, en las cartas de Simón Radowitzky a Salvadora Medina Onrubia, en la correspondencia de Mario R. Santucho con Carlos Astrada, en la de José Aricó con Héctor P. Agosti, o en las Actas del Comité Obrero de 1890) así como la incorporación de trabajos que reconstruyen la trayectoria biográfica, política e intelectual de figuras clave en la historia de las izquierdas, como Germán Avé-Lallemant, Virginia Bolten o Ernesto Laclau. Por su parte, la publicación de reseñas críticas, fichas de libros y de revistas que ofrece cada año Políticas de la Memoria —secciones que fueron engrosándose hasta formar parte constitutiva del anuario—, constituyen un insumo fundamental de actualización bibliográfica para cualquier interesado en el mundo de las izquierdas. Pero el aporte de Políticas de la Memoria a los estudios sobre la cultura de izquierdas no es simplemente temático. Su contribución tampoco se resume en la incorporación y en la difusión de autores y de obras de reconocimiento internacional. El anuario interviene en el debate de ideas y se interesa por diferentes perspectivas historiográficas: a su modo, ha formado parte del cultivado campo de la historia intelectual argentina y latinoamericana, ha mostrado un interés sostenido pero también crítico por los modos en que a menudo se cultiva la historia reciente, dando lugar a debates sobre la relación entre historia y memoria, y señalando las potencialidades y los límites de la historia oral. Políticas de la Memoria ha sido pionera en difundir nuevas corrientes de investigación dedicadas a la historia del libro y la edición, a las políticas de archivo y a la relación entre historia cultural y nueva historia política. El mero enunciado de los ejes temáticos con que fueron convocadas las sucesivas Jornadas de Historia de las Izquierdas del CeDInCI a lo largo de los últimos 20 años ofrece un índice ilustrativo de su programa historiográfico, tal y como se fue desplegando a lo largo del tiempo: "Exilios políticos latinoamericanos y argentinos" (2005); "Prensa política, revistas culturales y emprendimientos editoriales de las izquierdas latinoamericanas" (2007); "¿Las 'ideas fuera de lugar'? El problema de la recepción y la circulación de ideas en América Latina" (2009); "José Ingenieros y sus mundos" (2011); "La correspondencia en la historia política e intelectual latinoamericana" (2013); "Marxismos latinoamericanos. Tradiciones, debates y nuevas perspectivas desde la Historia cultural e intelectual" (2015); "100 años de Octubre de 1917: Peripecias latinoamericanas de un acontecimiento global" (2017). El estudio de Juan Maiguashca incluido recientemente en Marxist historiographies. A global perspective tomaba justamente a las Jornadas del CeDInCI como un índice de la renovación historiográfica latinoamericana de izquierdas posterior a los años de la "crisis del marxismo".[10] El historiador ecuatoriano, actualmente profesor de la Universidad de York, Canadá, ofrecía un cotejo entre los que identificaba como los dos polos paradigmáticos de la renovación del marxismo historiográfico de inicios de siglo: la revista mexicana Contrahistorias. La otra mirada de Clío, que fundó en 2003 Carlos Antonio Aguirre Rojas, y las jornadas bianuales del CeDInCI. Maiguashca reconocía como notas distintivas del caso argentino la creciente voluntad de exceder los límites de la historia nacional para abrazar un horizonte latinoamericano; la consolidación de un espacio de diálogo que vino a reemplazar "las actitudes solipsistas de antaño"; el rigor en el tratamiento y el citado de las fuentes; la apertura hacia los diversos marxismos y más allá de los marxismos; y la ampliación del universo de la cultura de izquierdas hacia problemáticas antes negadas o desconocidas como el feminismo, los movimientos sociales o la memoria histórica. "La preocupación obsesiva con las clases se ha ido y los participantes están comenzando a explorar con una mente abierta las importaciones analíticas de otras variables: etnia, género, territorio, entre otros".[11] Además de sus jornadas bianuales, el CeDInCI organizó o promovió la coorganización de encuentros académicos sobre campos de estudio más amplios, como los Coloquios Argentinos de estudios sobre el libro y la edición (2012, 2016 y 2018), los Encuentros de Investigadore/as del Anarquismo (2007, 2009, 2011, 2013 y 2015), el Primer Congreso de Investigadorxs sobre Anarquismo (2016), o las Jornadas de Archivo (2015 y 2017) así como el Encuentro nacional de Teoría Crítica José Sazbón (Rosario, 2010), las Jornadas Internacionales José María Aricó (Córdoba, 2011) y las Jornadas A 100 años de la Reforma Universitaria. Historia, Política, Cultura (Rosario, 2018). Además, en los últimos años, se han creado en el marco del CeDInCI dos nuevos espacios específicos que han mancomunado archivo e investigación. Primero, el Programa de Investigación del Anarquismo que animó, junto a otros colegas, un proceso de intercambio que culminó con la organización del Congreso de 2016 cuya continuidad, en un Segundo Congreso Internacional de Investigadorxs del Anarquismo, se celebrará en Montevideo en 2019. A su vez, en el año 2017 se creó el Programa de memorias políticas feministas y sexogenéricas que, con una notable Colectiva asesora, lleva adelante un intenso trabajo de recuperación, preservación y disposición a la consulta pública de un invaluable material que se encontraba en riesgo de pérdida, disperso o inaccesible. Finalmente, el CeDInCI fue parte activa de las sucesivas Jornadas de Trabajo sobre Historia Reciente, librando batallas, desde sus primeras manifestaciones en el año 2003 y hasta el presente, a favor de esa historia crítica que se resiste a ser avasallada por la memoria; el CeDInCI protagonizó asimismo las primeras manifestaciones pluralistas de los Congresos de Historia Intelectual Latinoamericana (CHIAL) realizados en Medellín (2012) y Buenos Aires (2014), tomando luego prudente distancia de un espacio que fue adquiriendo en México (2016) y más gravemente en Santiago de Chile (2018) contornos elitistas y conservadores. * * * A lo largo de estos 20 años, la producción historiográfica sobre las izquierdas conoció una expansión inédita, no sólo en nuestro país sino en toda América Latina. En los textos programáticos de la década de 1990 que anunciaban el nacimiento del CeDInCI, la bibliografía argentina sobre las izquierdas apenas superaba una carilla. Hoy contamos con una masa de estudios sobre el anarquismo, el socialismo, el reformismo universitario, el comunismo, el antifascismo, el trotskismo, el peronismo revolucionario y las diversas expresiones de la nueva izquierda que se ha tornado prácticamente inabarcable. El espectro tradicional de las izquierdas se fue complejizando con la indagación focalizada en ciertos cruces, préstamos e hibridaciones poco antes impensados, como los "anarcobolcheviques" o los "comunistas liberales". A su vez, estas corrientes son atravesadas diagonalmente por estudios innovadores sobre los intelectuales revolucionarios, las políticas editoriales, la prensa y las revistas, el papel de las juventudes, el rol de las mujeres militantes, las micropolíticas, las prácticas sexuales y las biopolíticas de las organizaciones de izquierda. El CeDInCI acompañó y contribuyó a modelar este vasto proceso de producción con su acervo siempre enriquecido, con sus jornadas y sus seminarios de posgrado, con su revista Políticas de la Memoria, con sus ediciones de fuentes y sus diccionarios biográficos. Basta repasar los centenares de agradecimientos que muchos investigadores estampan en las primeras páginas de sus tesis o de sus libros para reconocer al menos el umbral más básico de esta deuda. Además, las obras que fueron elaborando los propios hacedores del CeDInCI se han ido instalando como referencias en el campo de estudios sobre las izquierdas en Argentina y América Latina. Ahora bien, el CeDInCI ha sido apenas un propiciador de este campo. El notable dinamismo desplegado en la Argentina de los últimos veinte años ha respondido a demandas múltiples y diversas. Una de las mayores fue la que podríamos llamar la "demanda de verdad" respecto de la militancia revolucionaria de los años '60 y '70 así como de las condiciones de su represión y su derrota. Poco antes, la "demanda de justicia" propia del movimiento de derechos humanos tendía a poner a los sujetos de la política en el lugar de víctimas de la represión. En un segundo momento, el periodismo de investigación y la historiografía académica después, vinieron a reponer a esos sujetos en su condición de militantes. El auge de estudios sobre la militancia de las dos décadas de gran movilización social y radicalidad política (1955-1976) tuvo un efecto dinamizador sobre otras experiencias y otras figuras militantes de pasados algo más remotos. Esta demanda social de "verdad" fue inicialmente satisfecha por un periodismo de investigación abiertamente tensado por sus posicionamientos políticos, desde las contribuciones de Isidoro Gilbert y María Seoane hasta las de Ceferino Reato y Tata Yofre. En el campo específicamente historiográfico, algunas de las primeras respuestas surgieron de una cierta perspectiva académico-militante, de espíritu defensivo y reivindicativo, cuyo afán por exhumar documentos o recabar testimonios que probaran las correctas posiciones de las izquierdas en el pasado, o bien su profunda implantación social e incluso la aprobación social de sus acciones militares, los empujaba de modo concomitante a invisibilizar sus límites, a desproblematizar sus dilemas y a sublimar sus fracasos. En buena parte de esta literatura, la perspectiva historiográfica quedaba, así, capturada por el sistema de creencias de los propios actores que estudiaba. Estas formas de teleología obrera y de sobrepolitización de la historia apenas si se vieron neutralizadas por las exigencias de profesionalización propias de fines del siglo XX. Ciertamente, el ciclo de estudios sobre las izquierdas coincidió con un profundo proceso de profesionalización de las ciencias sociales y las humanidades que tuvo lugar a lo largo de estos veinte años: esto es, la significativa ampliación de cupos de ingreso a carrera de investigador de CONICET; la gran expansión de becas de especialización e investigación en universidades y diversas entidades científicas y académicas; y la proliferación de espacios de formación, producción y circulación de saberes disciplinares. Este proceso significó, sin duda, una necesaria y justa democratización del universo académico, fundamentalmente en lo relativo al establecimiento de condiciones materiales para la producción intelectual. Sin embargo, la normativización y objetivación —la más de las veces cuantitativa— de los criterios de acreditación, evaluación y legitimación del quehacer intelectual implicaron en contrapartida una penalización a la historiografía más elaborada, crítica y original. La producción en serie de papers y artículos en los que prima la descripción —a veces minuciosa o erudita, otras no tanto— por sobre la interrogación y la construcción de objetos-problema; las escrituras que en su afán de productividad han abandonado todo debate, toda pretensión teórica o cuanto menos reflexiva, es la que predomina hoy en nuestros campos disciplinares. La cuestión excede con creces, por supuesto, a la historiografía de izquierdas, pero es ésta la que nos interesa aquí. Este sistema cuantitativo de evaluación y legitimación ha sido incluso perfectamente funcional para el crecimiento de esas versiones de la historia obrera tradicional o de la historia partidaria, permitiéndoles acomodarse perfectamente a unas reglas que exigen alta productividad antes que problematización de los objetos y avances reales en la construcción social del conocimiento histórico. El balance de conjunto de la producción de estos últimos veinte años sobre las izquierdas aún está por hacerse. Aquí sólo quisimos avanzar en algunos señalamientos que hacen al específico posicionamiento del CeDInCI, entre los riesgos de partidización de la historia reciente, por un lado, y ciertas derivas elitistas y despolitizadoras de la nueva historia intelectual, por otro. Nos propusimos incitar a un debate colectivo que sirva como balance de lo producido y como actualización de una agenda historiográfica para el estudio de las izquierdas, que tal como había sido formulada veinte años atrás, ya ha quedado en cierto modo realizada, y por lo tanto anticuada. El aniversario, además de la congratulación, puede ser una excelente oportunidad para barajar y dar de nuevo, para debatir colectivamente cuál es hoy el mapa de la historiografía de izquierdas; cuáles sus dispositivos teórico-metodológicos y sus redes conceptuales más destacadas; cuáles sus imbricaciones y apuestas político-intelectuales; cuáles son sus tensiones; qué tradiciones político-ideológicas se perpetúan en las escrituras actuales; cuáles han sido desechadas, cuáles olvidadas, cuáles actualizadas; cuáles son sus puentes, cuáles sus distancias con el espacio más general de la memoria. Incluso cabe preguntarse: ¿Puede hablarse de un campo de estudio de las izquierdas?, o incluso: ¿qué sería hoy una historiografía de izquierdas? Para ello, invitamos a colegas y amigos a participar de las próximas Xas Jornadas de Historia de las Izquierdas Dos décadas de historia de las izquierdas latinoamericanas. Aniversario y balance, los días 20, 21 y 22 de noviembre de 2019. Beba Balvé, Miguel Murmis, Juan Carlos Marín, Lidia Aufgang, Tomás J. Bar y Roberto Jacoby, Lucha de calles, lucha de clases. Elementos para su análisis (Córdoba, 1961-1969), Buenos Aires, La Rosa Blindada, 1973. ↑ Tan sólo a modo de ejemplo: en sentido opuesto a la expresa declaración de su autor, el enfoque de Oposición obrera a la dictadura (Buenos Aires, Contrapunto, 1988) de Pablo Pozzi era escasamente thompsoniano. Lejos de tomar la dimensión de la experiencia como constitutiva de la clase obrera, no hacía más que evaluar las prácticas de resistencia obrera construidas empíricamente con el rasero de una conciencia de clase previamente establecida (en un sentido, justamente, pre-thompsoniano). ↑ Programa de Estudios de Historia Económica y Social Americana. ↑ Juan Suriano, Trabajadores, anarquismo y Estado represor : De la Ley de Residencia a la Ley de Defensa Social (1902-1910), Buenos Aires, CEAL, 1988; y Anarquistas. Cultura y política libertaria en Buenos Aires. 1890-1910, Buenos Aires, Manantial, 2001. ↑ Leandro Gutiérrez, Luis Alberto Romero, "Los sectores populares y el movimiento obrero: un balance historiográfico", en Sectores populares. Cultura y política, Buenos Aires, Sudamericana, 1995. ↑ Jeremy Adelman (ed.), Essays in Argentine Labour History 1870-1930, Londres, Macmillan Press, 1992, incluyó estudios de Juan Suriano, Hilda Sábato, Silvia Badoza, Mirta Lobato, Ofelia Pianetto, Ruth Thompson, Colin M. Lewis, Eduardo A. Zimmermann, Leandro H. Gutiérrez, Luis Alberto Romero y el propio Jeremy Adelman. ↑ Horacio Tarcus, El marxismo olvidado en la Argentina: Silvio Frondizi y Milcíades Peña, Buenos Aires, El Cielo por Asalto, 1996; Horacio Tarcus, Mariátegui en la Argentina, o las políticas culturales de Samuel Glusberg, Buenos Aires, El Cielo por Asalto, 2001; H. Tarcus, J. Cernadas y R. Pittaluga, "Para una historia de la izquierda en la Argentina. Reflexiones preliminares", en El Rodaballo nº 6/7, Buenos Aires, otoño/invierno 1997, pp. 28-38; Íbid., "La historiografía sobre el Partido Comunista de la Argentina: un estado de la cuestión", en El Rodaballo. Revista de política y cultura nº 8, Buenos Aires, otoño/invierno 1998, pp. 31-40. ↑ Horacio Tarcus, "La secta política. Ensayo acerca de la pervivencia de lo sagrado en la modernidad", en El Rodaballo. Revista de política y cultura, nº 9, Buenos Aires, verano 1998/99, pp. 13-33. ↑ Enzo Traverso, La historia como campo de batalla, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2012, pp. 22; véase una crítica semejante en el estudio de Michael Heinrich que ofrecemos en este mismo número. ↑ Q. Edward Wang and Georg G. Iggers (eds.), Marxist historiographies. A global perspective, New York, Routledge, 2016. El estudio de Juan Maiguashca apareció inicialmente como "Latin American Marxist History: Rise, fall and resurrection", en Storia della Storiografia nº 62, Pisa, 2012, pp. 105-120. Hay una versión española de Isabel Mena: "Historia marxista latinoamericana: nacimiento, caída y resurrección", en Procesos. Revista ecuatoriana de historia nº 62, Quito, segundo semestre 2013, disponible en: http://revistaprocesos.ec/ojs/index.php/ojs/article/view/6/24 ↑ Juan Maiguashca , "Historia marxista latinoamericana: nacimiento, caída y resurrección", op. cit., p. 106. ↑
El 30º aniversario del golpe militar de marzo de 1976 ha dado lugar a una importante producción de discursos, jornadas y publicaciones sobre los años '60 y ´70, así como a numerosas reflexiones sobre las relaciones que se dieron entre prácticas políticas y violencia, en particular desde la perspectiva general de la cultura de las izquierdas en nuestro país. En este marco, diversos textos referidos a las experiencias de las organizaciones armadas de los '70, suscitaron un debate sobre la relación entre ética y política en los proyectos revolucionarios, siendo uno de los más fructíferos, el generado a propósito de la carta de Oscar del Barco publicada en la revista cordobesa La Intemperie en diciembre del 2004. Políticas de la Memoria presenta aquí dos intervenciones que parten de aquella polémica para reflexionar sobre los efectos que el uso de la violencia tuvo sobre las prácticas y los valores sostenidos por las organizaciones armadas de los años '60 y '70, así como sobre la praxis de todo proyecto que se pretenda emancipatorio.
A continuación, presentamos dos estudios sobre la problemática de la cultura durante los años de la dictadura militar. Emiliano Álvarez, docente en la Carrera de Sociología de la UBA e investigador del Conicet, ofrece un fresco de las formaciones intelectuales que circularon en el espacio liberal-conservador entre 1976 y 1983, a través de diarios y revistas como así también en diferentes congresos o encuentros culturales de la época. Mientras Emiliano Álvarez exploró la cultura de las élites intelectuales, Cecily Marcus, investigadora de la University of Minnesota Libraries, examinó la cultura de la resistencia, la cultura "desde abajo". Partiendo de la expresión de la "biblioteca vaginal" nacida de las prácticas de las prisioneras, extendió su alcance hacia todas las formas de resistencia cultural a la dictadura militar. Desde el microcosmos de las revistas subterráneas hasta la experiencia del Teatro Cucaño, un pequeño grupo teatral rosarino, Marcus muestra cómo hombres y mujeres trabajaron para documentar y reflexionar sobre ese período de terror a través de actos creativos e intelectuales que generalmente no encontraron una audiencia fuera del ambiente hermético e improbable de la "biblioteca vaginal". Este trabajo constituye un tramo de su tesis de doctorado, The Mollecular Intellectual: Cultural Magazines and Clandestine Life Under Argentina's Last Dictatorship (University of Minnesota, 2005).
Número completo Políticas de la memoria n°4 - 2004 - Anuario de investigación del CeDInCI. Publica artículos arbitrados, reflexiones críticas, entrevistas, encuestas y reseñas criticas que contribuyan al estudio y reflexión de los debates actuales sobre historia intelectual, las izquierdas y los movimientos sociales en la Argentina, en América Latina y en el mundo, las teorías críticas y emancipatorias y las políticas de archivo, preservación y representación de lamemoria colectiva, desde diversas tradiciones disciplinares.