El último libro de Charles A. Kupchan, profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad de Georgetown y miembro del acreditado Council on Foreign Relations, es No One's World. The West,The Rising Rest, and The Coming Global Turn (Oxford University Press, 2012). Este influyente analista americano no cree en EEUU como la «potencia indispensable» y niega rotundamente que el siglo XXI vaya a ser un siglo americano.
Aníbal Cavaco Silva ha sido reelegido presidente de Portugal en unas elecciones marcadas por la abstención más alta de la Tercera República, lo que representaría tanto la desconfianza de los ciudadanos hacia la clase política como el rechazo de la gestión del gobierno socialista de José Sócrates. La victoria electoral de Cavaco se ha producido tras una campaña electoral monótona y aburrida, caracterizada por los ataques personales de los demás candidatos al presidente, intentando implicarle en casos de enriquecimiento ilícito, algo que finalmente no ha calado en el ánimo de los votantes que le han dado el triunfo. Pero la incertidumbre política continuará en los próximos meses, en paralelo a la evolución de la crisis económica, en torno a la posibilidad de que el presidente haga uso de su prerrogativa de disolver el parlamento poniendo fin al gobierno minoritario de los socialistas.
Las elecciones legislativas portuguesas han dado lugar a una coalición de centro-derecha, la cuarta en los últimos 30 años, que no sólo deberá gestionar la crisis económica sino también dejar de lado sus diferencias en beneficio de la estabilidad del país. La crisis económica y el desgaste de seis años de gobierno han terminado con el ejecutivo socialista de José Sócrates. El nuevo primer ministro del PSD, Pedro Passos Coelho, procede del mundo empresarial y está dispuesto a aplicar drásticos ajustes para recuperar la confianza de los mercados, pero tendrá que entenderse con los democristianos del CDS, encabezados por Paulo Portas, que no comparten las recetas neoliberales de Passos. Además, la crisis ha puesto de relieve la necesidad de poner en marcha reformas constitucionales, por lo que ambos partidos tendrán que buscar el necesario consenso con los socialistas.
La candidatura a la UE es prioridad estratégica de la política exterior de Serbia, pero no es una opción exclusiva ni excluyente. En contraste con el aislacionismo y unilateralismo de tiempos pasados, la activa diplomacia serbia concentra también sus esfuerzos en Rusia, China, EEUU y el movimiento de países no alineados. La diplomacia de Belgrado no se centra únicamente en la candidatura a la UE o en su negativa a reconocer la independencia de Kosovo. En ese escenario cambiante que es el mundo globalizado, Serbia está desarrollando una política exterior equilibrada y pluralista. No tiene que elegir, por ejemplo, entre Rusia y Europa, aunque las relaciones económicas con Moscú son de mayor consistencia que el recuerdo de los vínculos históricos y culturales. Por el contrario, la asociación estratégica entre Serbia y China está llamada a adquirir mayor fuerza, teniendo en cuenta que una de las puertas de entrada de los chinos a Europa están siendo los Balcanes. Respecto a la relación con EEUU, las diferencias sobre Kosovo están siendo obviadas por la creciente importancia de los lazos económicos y la percepción de Washington de que Serbia es indispensable para la estabilidad de los Balcanes. Por último, el interés de la diplomacia serbia por el foro de los no alineados no obedece a una nostalgia de tiempos pasados sino a la oportunidad representada para ampliar relaciones bilaterales en una época marcada por el despertar político global.
¿Se derivará una mejora en las relaciones entre Rusia y la OTAN tras la visita del secretario general de la Alianza a Moscú entre el 15 y el 17 de diciembre? El pronóstico es incierto, pues no basta con la búsqueda de intereses comunes si la concepción de la seguridad y los intereses estratégicos son opuestos. Anders Fogh Rasmussen, secretario general de la OTAN, señaló en su primera alocución pública e intervenciones posteriores la necesidad de establecer un nuevo inicio para las relaciones entre Rusia y la Alianza. Las propuestas de Rasmussen pretenden reforzar la cooperación desde aspectos prácticos, pero su efectividad es dudosa por los intereses estratégicos opuestos y por la persistencia de Moscú en aferrarse a una geopolítica tradicional. Esto explica que los rusos prefieran un tratado general de seguridad colectiva en Europa a privilegiar sus relaciones con la Alianza, a la que consideran una reliquia de la Guerra Fría.
El XV Consejo Ministerial de la OSCE no ha alcanzado el consenso necesario para otorgar a la Organización un estatuto jurídico. Este es un ejemplo más de las posiciones divergentes de norteamericanos y rusos sobre la seguridad en el espacio europeo y euroasiático. En el Consejo Ministerial de Madrid no salió adelante el borrador de una Carta de la OSCE, una organización que lo es de facto, pues se ajusta a los principales rasgos que caracterizan a las organizaciones internacionales. Sin embargo, no es una organización de iure por la voluntad de una mayoría de Estados participantes, en particular EEUU, que temen que la OSCE se convierta en un organismo más burocratizado y poco flexible, lo que repercutiría en la eficacia de algunas de sus instituciones de la dimensión humana de la seguridad y se obstaculizarían los objetivos de fomento de los derechos humanos y de la democracia en toda la región de la OSCE. Por el contrario, Rusia concibe la OSCE como una organización de pleno derecho, cuya función básica sería la de foro principal de diálogo y cooperación entre los Estados participantes, lo que implica poner más énfasis en la dimensión político-militar y la dimensión económica de la seguridad.
La Unión por el Mediterráneo, además de una iniciativa de la UE, es la expresión más reciente de la habitual consideración del Mare Nostrum como zona de influencia francesa, una idea presente en el Imperio latino, esbozado en un memorando de 1945 del filósofo Alexandre Kojève, y en el neogaullismo de Henri Guaino, consejero del presidente Sarkozy. La teoría del Imperio latino, presentada a Charles De Gaulle por el filósofo hegeliano Alexandre Kojève, pretendía ser una alternativa, en orden a la recuperación de Francia como potencia, a los Imperios anglosajón y eslavo constituidos al inicio de la guerra fría. El texto de Kojève se anticipaba a su tiempo al sugerir un acuerdo entre la Latinidad y el islam para excluir a otros imperios del Mediterráneo. La política árabe del gaullismo será con posterioridad otro intento de preservar la influencia francesa en la región, pero el diseño más ambicioso para el Mediterráneo, que considera fracasado el proceso euromediterráneo de Barcelona, es el proyecto de Nicolas Sarkozy, impregnado del neogaullismo de su consejero Henri Guaino.
Serbia, la UE, Rusia y EEUU son algunos de los actores internos y externos de la batalla diplomática de Kosovo. Todos mantienen posiciones preestablecidas en las que difícilmente cederán, aunque no llegarán a una ruptura que pueda perjudicar a los intereses compartidos en otros ámbitos. Serbia no asume la situación de facto que supone la pérdida de su soberanía sobre Kosovo. Sin embargo, también considera que su oposición a la independencia del territorio no es incompatible con su camino hacia a la UE. Tampoco la Unión, en su propósito de conseguir la estabilidad en el sureste de Europa, liga inexorablemente ambos temas y espera que la futura misión que le sea encomendada en Kosovo sirva para amortiguar tensiones. Pero la presencia europea no desplaza a Rusia de su tradicional área de influencia balcánica. El apoyo de Moscú a la posición serbia sirve al mismo tiempo para reafirmar su papel de potencia global frente a las pretensiones del hegemón norteamericano. Por su parte, EEUU considera que la presente situación lleva inexorablemente a la independencia de Kosovo, considerada como un caso sui generis no aplicable a otras posibles secesiones. Como en el caso de Bosnia-Herzegovina y Albania, la estrategia norteamericana sobre Kosovo pasa por el fomento de un islam europeo, moderado y democrático, modelo para sus relaciones con países musulmanes, pero estos propósitos pueden chocar con las realidades del integrismo y del crimen organizado.
El ex primer ministro Aníbal Cavaco Silva ha sido elegido en primera vuelta presidente de la República Portuguesa. Su esperado triunfo responde a las expectativas de un electorado que, en estos momentos de crisis económica y social para Portugal, se aferra a la figura de un líder carismático, capaz de desempeñar una presidencia activa, y no protocolaria, con propuestas concretas para los problemas del país. La amplia victoria de Aníbal Cavaco Silva (50,59% de los votos) se inscribe en la tradición de los presidentes carismáticos portugueses, especie de monarcas elegidos por sufragio universal directo, aunque sus poderes correspondan a los de un jefe de Estado de una república semipresidencialista. El resultado electoral ha sido favorecido además por las divisiones de los candidatos de izquierda y por su obsesión en presentar a Cavaco Silva como una amenaza para la democracia. Por el contrario, el ahora presidente ha hecho una campaña sin descalificaciones, capaz de ilusionar a unos votantes que han buscado en él al especialista de reconocido prestigio en economía y al ex primer ministro del período de prosperidad y expectativas que caracterizó la entrada de Portugal en la UE. Cavaco Silva ha prometido una "cooperación estratégica" con el gobierno socialista de José Sócrates, pero su personalidad hará de él un presidente activo, capaz de expresar opiniones y ofrecer propuestas que entrarán en el ámbito de la acción de gobierno.
El decimocuarto Consejo Ministerial de la OSCE, celebrado en Bruselas, ha marcado el punto de partida de algunas reformas estructurales en la organización. Pero si no hay una mayor voluntad política de los Estados participantes, y de modo especial los de la UE, la OSCE, con todo un brillante historial iniciado con el Acta Final de Helsinki, puede quedar progresivamente marginada en el escenario de la seguridad europea. Pese a su amplia composición de 56 Estados participantes de Europa, América del norte y Asia central, la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE) no es una organización de iure sino un foro político sobre cuestiones de seguridad y, en consecuencia, sus actuaciones están supeditadas a la voluntad política de los Estados. Uno de los principales obstáculos para su buen funcionamiento es la existencia de frozen conflicts, en Moldavia y en el Cáucaso, y en los que Rusia es a la vez parte y mediadora. No cabe buscar soluciones que pasen por el secesionismo sino que hay que respetar la integridad territorial de cada uno de los Estados de la OSCE. Los problemas con Rusia no acaban aquí y tienen mucho que ver con el diferente enfoque en la recepción y puesta en práctica de los compromisos de la dimensión humana de la OSCE, los referentes a los derechos humanos y a la celebración de consultas electorales. Pese a las divergencias que pueden existir en este ámbito, la cooperación con Rusia debe seguir adelante en los ámbitos de las dimensiones político-militar y económica de la seguridad, dimensiones reducidas a un papel más secundario en la reciente trayectoria de la OSCE. Debería haber también una cooperación más efectiva entre la OSCE y la UE, pues casi la mitad de los miembros de la UE son Estados participantes, y no se debería desaprovechar la experiencia de la OSCE más allá de las fronteras de la UE, incluso en unos momentos en que la Unión quiere exportar estabilidad en su periferia por medio de la Política Europea de Vecindad.
La mayoría absoluta alcanzada por los socialistas portugueses en las elecciones del pasado 20 de febrero ha llevado a José Sócrates a la jefatura del gobierno. ¿Cuáles son los retos internos y europeos que deberá abordar el nuevo primer ministro? Portugal inicia la era de José Sócrates, político con fama de pragmático y calculador, representante de un socialismo más "nórdico" que latino. Es percibido como un continuador de la etapa de Antonio Guterres en sus intenciones de elevar la competitividad de la economía portuguesa, pero a diferencia de Guterres, Sócrates tendrá que ganar la batalla de la reducción del déficit presupuestario, sin poner en riesgo el crecimiento económico, como hicieron los gobiernos del centro-derecha. También tendrá que construir el lugar de Portugal en Europa, tras los retos planteados por la ampliación, en sintonía con el "europeísmo atlantista" del país luso y sin quedarse al margen de las cooperaciones reforzadas.
El desencuentro entre las dos Europas, representadas por Blair y Chirac, se hizo patente durante la Cumbre de Bruselas. Pero más allá de las cuestiones presupuestarias o de la discusión sobre los modelos liberal y social, en la actual crisis parecen contraponerse dos visiones distintas: la de una "pequeña Europa", un "núcleo duro" encabezado por París; y la de una "gran Europa", abierta a las ampliaciones y alentada por Londres. La crisis de la UE guarda bastante relación con las dificultades para la construcción de una auténtica asociación estratégica entre París y Londres. La reconciliación franco-alemana puso las bases para un bloque político-económico de la Europa Occidental, pero difícilmente se construirá una Europa fuerte y de dimensión continental sin una verdadera entente cordiale entre franceses y británicos. Pese a haber sido aliados a lo largo del siglo XX, la compleja historia de sus relaciones sigue pesando en el momento actual; y a esto hay que añadir la continua tentación del aislamiento británico, en especial en tiempos de bonanza económica, lo que de paso dificulta los proyectos europeístas de Blair. Sin embargo, los condicionamientos de la política interior francesa, sobre todo tras el triunfo del "no" en el referéndum, hacen muy difícil el acercamiento entre lo que se ha llamado la Europa social y la Europa liberal. Francia seguirá hablando de "más Europa", frente a una Gran Bretaña que sólo estaría interesada en un área de libre comercio, pero esa profundización europeísta llevaría hacia una "pequeña Europa" en la que el país galo tendría un papel destacado.
Las recientes elecciones en Ucrania han puesto de relieve la fragmentación del país y suscitan a la vez el debate sobre su futuro entre Europa y Rusia. En contraste con la habitual tibieza de la UE en este asunto, en la que la excepción son los nuevos miembros centroeuropeos, Rusia presenta una clara opción de mantener a toda costa a Ucrania en su área de influencia. Uno de los principales debates estratégicos, tras la desaparición de la URSS, gira en torno al destino de Ucrania. Rusia mantiene sus aspiraciones de influencia sobre este país. Factores de índole económica y política, combinados con fuertes vínculos históricos y culturales, han empujado a Moscú a buscar una relación privilegiada con Kiev, en la apuesta de más envergadura para fortalecer la CEI, una organización de estructuras muy laxas desde sus orígenes, y crear así un espacio económico común que abarcaría otras ex repúblicas soviéticas como Bielorrusia y Kazajistán. Pero por otra parte la existencia de Ucrania como Estado, desde 1991, implica necesariamente que Kiev tenga que fortalecer su identidad nacional y eso sólo puede hacerlo abriéndose hacia Occidente, hacia Estados Unidos y la UE, pese a las críticas que ha recibido de éstos por su situación política interna, ligada a los lentos avances tanto en la democratización como en las reformas económicas y, por lo demás, salpicada de acusaciones de corrupción hacia los gobernantes de la era postsoviética. Europa, sin embargo, ha tenido una actitud más bien tibia hacia las aspiraciones ucranianas hacia la Unión, al descartar la posibilidad de que sea un país asociado y quedar reducido al estatus genérico de "vecino". En cualquier caso, Ucrania está obligada a consolidar un cierto equilibrio entre Rusia y Europa, que combine a la vez sus condicionamientos geopolíticos con su viabilidad como Estado independiente.
En Estados Unidos se discute desde hace tiempo el futuro de un Irak posterior a Sadam. ¿Cuáles podrían ser los efectos internos y externos de un Irak democrático, tras el establecimiento de un "protectorado" internacional, previsiblemente auspiciado por las Naciones Unidas? Desde sectores de la Administración Bush se ha defendido el establecimiento de un "protectorado" norteamericano en Irak con perfiles netamente unilateralistas, pero Washington necesitará la legitimidad y el concurso de las Naciones Unidas para la rehabilitación postconflicto de Irak. Habría que articular un sistema federal que responda a los respectivos intereses de chiítas, kurdos y sunnitas, e incluso contemplar la posibilidad de restaurar la monarquía hachemita. En cualquier caso, los efectos de un proceso de nation-building en Irak se harán sentir en los países vecinos, sean éstos o no aliados de Estados Unidos.
La futura estrategia de seguridad de la Unión Europea subrayará, como ya hiciera el Documento Solana, la necesidad de extender la zona de seguridad alrededor de Europa y evitar así que la ampliación cree nuevas líneas divisorias. Sin embargo, harían falta planteamientos más audaces y con visión de futuro respecto a la frontera Este de la UE, que impidan que Bielorrusia, Ucrania y Moldavia sean una "zona gris" entre Europa y Rusia. La geografía no puede ser la gran olvidada en una estrategia de seguridad global. La UE debe fomentar la estabilidad entre sus países limítrofes, pero algunas zonas tendrían que tener prioridad por su importancia geoestratégica, como es el caso de la frontera Este, tras las progresivas incorporaciones de Polonia, los Estados bálticos o Rumania. La UE no debería practicar una política de "esperar y ver" respecto a Bielorrusia, Ucrania y Moldavia. Si sus políticas no son más activas respecto a estos países, será Rusia la que ocupe su lugar o al menos tendrá un papel preponderante en la zona. Pero Bruselas no debería limitarse a fomentar la adopción del acervo comunitario y a configurar un espacio económico, y cerrar acto seguido las puertas a una posible integración de estos países de la antigua URSS. Al ser países geográficamente europeos, sus autoridades no podrán entender que los sacrificios sociales y económicos que se les exijan sólo sirvan para crear uniones aduaneras. No se trata de prometer alegremente una adhesión a unos países en plena transición económica y política, pero sí de hacer todo lo posible para que crezca en ellos la influencia europea. Los nuevos miembros de la UE en la zona jugarán un papel decisivo al respecto.