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La literatura chilena ha tenido, desde sus comienzos, tendencia a lo narrativo, a la anécdota. Lo comprueban La Araucana, de Ercilla; el Arauco Domado, de Pedro de Oña; el Cautiverio Feliz, de Pineda y Bascuñán, y tantos otros documentos epopéyicos.La novela, ya como género independiente, ha tenido cultivadores desde el principio de la nacionalidad. Don José Victorino Lastarria abre el camino con un llamado a los intelectuales de la época exhortándolos a mirar a su alrededor y a coger los temas que la historia, la leyenda y la vida les ponían a su alcance. Así comprendieron que en el propio medio había un rico venero literario que era perentorio elaborar.

Es opinión corriente que el cuento es un género literario en plena decadencia, incapaz ya de interesar al público y en vías de extinción. Cuando un autor de cuentos llega hasta la mesa del editor, sus esperanzas son rápidamente disipadas: "pero hombre, escriba usted novelas. Eso sí que tiene público". Se argumenta largamente sobre el asunto y se exhiben penosas estadísticas. A más de un joven autor hemos visto echar las tristes cuentas de sus aventuras editoriales. Parece indudable que eso que llamamos "el gran público" prefiere novelas o novelones … tal vez por un cálculo económico: al comprar un libro, prefiere invertir su dinero en el mayor número de páginas!

Es indudable que toda literatura, como esta del género narrativo o de ficción, del cuento o del relato, cuando de estudiarla se trata, lo primero que impone es la fijación de su aparecimiento y el curso de su desarrollo.Así como la vieja "patraña" se basaba en los equívocos, o las "farsas" en la acentuación de lo grotesco, y tenían sus formas y cualidades peculiares de ser tratadas, así también el cuento, relato, narración o novela breve, tienen fijados sus moldes más o menos generales, desde las viejas leyendas persas, hasta las ya más sólidas creaciones de Mateo Bandello o de la propia "novella" toscana, que tanta influencia tuvo desde la novelística renacentista hasta nuestros días.