Este artículo analiza comparativamente los contextos históricos en los cuales se desenvolvieron en México los movimientos estudiantiles en los años de 1968 y 1999. El texto se centra en las condiciones económicas, políticas y culturales presentes en las décadas de los sesenta y noventa para explicar el surgimiento y las características de cada uno de los movimientos y enfatizar las nociones de "futuro" existentes en cada uno de los contextos analizados.
En este trabajo, el autor aclara que antes de que nos preguntemos que es un movimiento estudiantil, tenemos que conocer la naturaleza de la institución donde aquél nace: la universidad. Desde la Alta Edad Media, comenta, la universidad se ha caracterizado por su estructura corporativa. Esto implica un cierto aislamiento de la universidad respecto al exterior. Además, como una corporación, la universidad significa jerarquía y privilegios. Estos dos elementos pueden llegar a ser peligrosos cuando la universidad es penetrada por los políticos. De hecho, la invasión política de la esfera de la ciencia genera una terrible deformación de la noción de autonomía. Así, jerarquía, privilegios y aislamiento forman una mezcla explosiva: la universidad pierde su naturaleza de fuente de conocimiento, tornándose parcela de corrupción. Ciertamente, una universidad libre no debe divorciarse de la realidad; sin embargo, la interacción y retroalimentación sociales tienen que evolucionar, significando ideas maduras y no anacronismos utópicos. En síntesis, concluye el autor, la universidad tiene que generar confianza social, empezando por ella misma.
El trabajo trata sobre uno de los modelos de autonomía encontrados en la historia universitaria latinoamericana del siglo XX, el claustral, configurado a partir del periodo vivido por nuestra Universidad Nacional durante los periodos de "autonomía limitada" (1929-1933) y "absoluta" (1933-1944). Por autonomía claustral se entiende la capacidad universitaria de generar alternativas profesionales, científicas y humanísticas, a través del ejercicio de sus facultades organizacionales e intelectuales, aunque socialmente inviables, dado su carácter "cientificista o culturalista de las mismas", pero sobre todo, por la dialéctica conflictiva con el Estado y la sociedad. El estudio de nuestra universidad, en tales periodos, revela un enclaustramiento academicista y una dinámica conflictiva con el poder público, que le provocó una grave crisis institucional que puso en peligro la viabilidad misma de la casa de estudios.
El artículo sostiene que los valores de pluralidad intelectual, libertad de cátedra y autonomía son consustantivos a la UNAM desde su fundación. Naturalmente, la afirmación de estos valores no ha sido una empresa libre de obstáculos y dificultades tal y como un rápido reacomodo sobre su propia historia así lo demuestra. Además, la Universidad, pese a su indiscutible importancia en cuanto generadora de conocimiento y alta cultura, es una institución sumamente vulnerable. En este sentido, el artículo defiende la tesis que sostiene que las fragilidades intrínsecas de la universidad -y de la educación superior, en general- están siendo aprovechadas por las altas estructuras burocráticas encargadas de manejar la educación pública en México para cancelar su autonomía y su libertad. De esta suerte, el autor del artículo sostiene que a partir de una lectura maliciosa y sesgada del deterioro de la educación pública, se busca impulsar un proyecto de transformación de la misma bajo una perspectiva privatizadora. Por tanto, la principal consecuencia que tales proyectos 'modernizadores" guardan no es otra más que la eliminación del cometido político desempeñado por la Universidad el cual consiste en democratizar el acceso a los bienes que generan sus funciones.